Imaginen
la escena: Cincuenta y siete cadetes mexicanos, marineros y futuros militares
tomaban el sol en una playa polaca, Gdynia, frente al helado mar Báltico.
Alrededor de ellos, trescientos polacos – hooligans acorde a los medios
nacionales – comienzan a amontonarse. Y se arma la de Dios es padre. Entre
sillas plegables voladoras, bañistas espantados, uno que otro celular grabando
y gritos racistas (ya me imagino algo así como “malditos jardineros, borrachos
y huevones”), los locales le dieron una tunda a mis coterráneos. El saldo:
diecisiete mexicanos lesionados, dos polacos y un nacional detenidos y una
crisis diplomática sin precedentes con el país de Woltyja.
Por
supuesto, inmediatamente el gobierno mexicano, con su embajada en Varsovia y la
Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) pidió que se haga justicia, que se
deslinde de responsabilidades y se castigue a los culpables de lo que –como lo
llamó Jesús Martín Mendoza, locutor de cierto programa radiofónico ampliamente
escuchado – “fue una clara agresión racista”.
Y
sí, si los agresores gritaron insultos que denigraran la condición humana de
los cadetes mexicanos, claro que fue una agresión racista, un hecho que no sólo
sucede en Polonia, sino también en Italia cuando le gritan a Balotelli que no
hay italianos negros, o en Estados Unidos, o en la misma África (sólo que ahí
se invierten los papeles) y también, por supuesto, en México. Que es a lo que
voy.
Por
acá en mis tierras si uno entra a Twitter, es muy común ver Trending Topics de
una calidad humana como #LosSalvadoreñosHuelenAMierda o
#MueroDeHambreComoUnEspañol, entre otros de dicha calaña. Pero, insultar tras
una computadora es quizás lo de menos, cuando año con año son maltratados,
insultados, desplazados y en ocasiones hasta asesinados miles de
centroamericanos que no tienen de otra más que atravesar nuestro país para
llegar a los Estados Unidos.
Porque
si de insultar y hacer menos a los demás se trata, los mexicanos tenemos una
extraña y desafortunada habilidad. Por un lado – la voz oficial – clama que nos
sentimos hermanos de sangre y de historia con el centroamericano, por el otro
le hacemos todo tipo de barbaridades. También tachamos a los argentinos como
creídos, hijos de toda su maíz por
habernos eliminado de dos mundiales consecutivos, y sin embargo los argentinos,
santafeños, que he conocido son un amor de persona. Y así puedo seguir un largo
etcétera.
Y,
cuando un gringo – mote despectivo contra los estadunidenses, pero que bien puede
usarse contra cualquier europeo o norteamericano – empieza a tacharnos de
jardineros, narcotraficantes y buenos para nada, entonces si todo mundo arma un
alboroto, se despierta ese sentimiento de equidad que tan somnoliento está
dentro del mexicano. ¡Cómo se atreven a hacernos menos, malditos gringos
abusivos!
“No
hagas lo que no quieres que te hagan”, así es como reza un famoso proverbio en
español que mencionan mucho aquí en México y que sin embargo parece entrarnos
por un oído y salirnos por el otro. La hipocresía mexicana, esa misma con la
que actúan nuestros revolucionarios de Facebook, tiene tomada por el cogote a
la población. Como platicaba el otro día, “aquí cada quien jala para su propio lado”, y mientras tanto esgrimimos
una falsa sonrisa, por detrás preparamos el puñal. Pobre México, tan
lejos del respeto, tan cerca de la intolerancia.
Hasta
la próxima semana.
Palabras muy sabias!
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