martes, 20 de agosto de 2013

La hipocresía del mexicano.

Imaginen la escena: Cincuenta y siete cadetes mexicanos, marineros y futuros militares tomaban el sol en una playa polaca, Gdynia, frente al helado mar Báltico. Alrededor de ellos, trescientos polacos – hooligans acorde a los medios nacionales – comienzan a amontonarse. Y se arma la de Dios es padre. Entre sillas plegables voladoras, bañistas espantados, uno que otro celular grabando y gritos racistas (ya me imagino algo así como “malditos jardineros, borrachos y huevones”), los locales le dieron una tunda a mis coterráneos. El saldo: diecisiete mexicanos lesionados, dos polacos y un nacional detenidos y una crisis diplomática sin precedentes con el país de Woltyja.

Por supuesto, inmediatamente el gobierno mexicano, con su embajada en Varsovia y la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) pidió que se haga justicia, que se deslinde de responsabilidades y se castigue a los culpables de lo que –como lo llamó Jesús Martín Mendoza, locutor de cierto programa radiofónico ampliamente escuchado – “fue una clara agresión racista”.

Y sí, si los agresores gritaron insultos que denigraran la condición humana de los cadetes mexicanos, claro que fue una agresión racista, un hecho que no sólo sucede en Polonia, sino también en Italia cuando le gritan a Balotelli que no hay italianos negros, o en Estados Unidos, o en la misma África (sólo que ahí se invierten los papeles) y también, por supuesto, en México. Que es a lo que voy.

Por acá en mis tierras si uno entra a Twitter, es muy común ver Trending Topics de una calidad humana como #LosSalvadoreñosHuelenAMierda o #MueroDeHambreComoUnEspañol, entre otros de dicha calaña. Pero, insultar tras una computadora es quizás lo de menos, cuando año con año son maltratados, insultados, desplazados y en ocasiones hasta asesinados miles de centroamericanos que no tienen de otra más que atravesar nuestro país para llegar a los Estados Unidos.

Porque si de insultar y hacer menos a los demás se trata, los mexicanos tenemos una extraña y desafortunada habilidad. Por un lado – la voz oficial – clama que nos sentimos hermanos de sangre y de historia con el centroamericano, por el otro le hacemos todo tipo de barbaridades. También tachamos a los argentinos como creídos, hijos de toda su maíz por habernos eliminado de dos mundiales consecutivos, y sin embargo los argentinos, santafeños, que he conocido son un amor de persona. Y así puedo seguir un largo etcétera.

Y, cuando un gringo – mote despectivo contra los estadunidenses, pero que bien puede usarse contra cualquier europeo o norteamericano – empieza a tacharnos de jardineros, narcotraficantes y buenos para nada, entonces si todo mundo arma un alboroto, se despierta ese sentimiento de equidad que tan somnoliento está dentro del mexicano. ¡Cómo se atreven a hacernos menos, malditos gringos abusivos!

“No hagas lo que no quieres que te hagan”, así es como reza un famoso proverbio en español que mencionan mucho aquí en México y que sin embargo parece entrarnos por un oído y salirnos por el otro. La hipocresía mexicana, esa misma con la que actúan nuestros revolucionarios de Facebook, tiene tomada por el cogote a la población. Como platicaba el otro día, “aquí cada quien jala para su propio lado”, y mientras tanto esgrimimos una falsa sonrisa, por detrás preparamos el puñal. Pobre México, tan lejos del respeto, tan cerca de la intolerancia.

Hasta la próxima semana.





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