Por
estos días viene el pago de reinscripción que todos los que estamos
matriculados como alumnos de la Universidad Nacional Autónoma de México tenemos
que hacer.
Para
estudiar un año más en la mejor universidad del país – digan lo que digan las
universidades privadas – tienes que pagar la excesiva, aberrante, desalmada,
desorbitada cantidad de veinticinco centavos de peso mexicano, lo que viene
siendo menos de un centavo de dólar. O sea, nada. Y sin embargo, como en todo,
hay quien se queja que pagar tan brutal cantidad monetaria es un robo. Un
hurto, porque la educación debe ser gratuita (lo es, pero hasta nivel preparatoria)
y la Universidad es lo suficientemente competente como para crear el árbol del
dinero. O pendejadas de ese calibre.
Y
como bien sabemos, en todos lados siempre hay zánganos – como esos que se
quejan del aumento al transporte público defendiendo su utopía socialista
mientras te venden copias y tiempo de internet – dispuestos a reclamar que
pagar una mínima cantidad por el bien de tu escuela, de tu Alma Mater, es un abuso
de autoridad.
El
problema, como bien se podrán dar cuenta, no sólo se circunscribe a la UNAM,
sino que afecta a muchos otros aspectos de la vida cotidiana del mexicano. Como
bien dice mi padre “están tan acostumbrados a que todo sea de a grapa que cuando les piden cooperación
nadie quiere dar nada”. Por ejemplo en las escuelas primarias.
Entiendo
que para eso están los impuestos y que, pese a que mucho del dinero que paga la
gente termina en las carteras del alto mando roedor de nuestro país, poco afecta
dar veinte pesos al mes – o ayudar con algunos trabajos sencillos, en caso de
que veinte pesos realmente afecten mucho la economía familiar – para mejorar
las instalaciones en las que tu hijo aprende y es educado todos los días.
El
problema – claro y como siempre – tiene doble filo. Por un lado, está el
desinterés que muestran los universitarios y los padres de niños en educación
elemental al momento de tener que desembolsar para mejorar su aprendizaje y el
lugar en el que se educan. Por el otro, está el gobierno que poco a poco
durante los dos últimos sexenios (cuando menos) ha desmembrado la educación. Y,
considero, que mientras no solucionemos el primero, el segundo sólo continuará
y se agravará aún más.
Mientras
a la gente no le interese en lo más mínimo la educación; mientras al paisano le
valga un comino, o un huevo, que su hijo aprenda Historia, Español, Lógica y
Química, el gobierno continuará, feliz de la vida, con sus recortes a la
educación y al programa educativo, hasta que tenga un pueblo demasiado
ignorante que no sepa ni cuando nació su país. Cosa que no tardará mucho en
llegar. Lamentablemente.
Así
que, retomando el punto original, a todos aquellos universitarios que no
quieran pagar veinticinco centavos de peso, menos de un centavo de dólar, por
su educación universitaria; a quienes no quieran aportar un poco a la
institución que tanto les dará, en nombre de mi persona – y por los que sí
están interesados en mantener y mejorar a la mejor universidad del país –
pueden irse directito a la…
Hasta
la próxima semana.
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