martes, 28 de mayo de 2013

La Facultad y el inglés.

La pasada semana un compañero de carrera se quejaba de lo basura que es hacer un examen de un idioma extranjero escrito en tu idioma natal y aparte que esté mal redactado. Así que hoy, a falta de otro tema del que pretendía hablar y no logro recordar cuál era, me quejaré amargamente sobre uno de esos detalles que la UNAM puede y debe mejorar.

No sé si sea el caso de toda la Universidad, pero al menos en la Facultad que yo estudio, Acatlán, resulta que tras dos o tres semestres – uno si vas en Comunicación (háganme el puto favor) – de comprensión de lectura ya puedes presentar el examen que acredita tus conocimientos de la lengua shakesperiana.

No sólo es una bendita estupidez decir “ya sé leer y comprendo un texto a la “my name is Stupid, Very Stupid” tras seis meses de ir dos veces a clases por semana con un profesor harto huevón y poco dado a la docencia, sino que – lo que es peor – sales de la carrera con un hueco en extremo grande en tus amplios conocimientos universitarios.

Y en este mundo, díganme capitalista, materialista, imperialista, etc., que se rige por un idioma tan simple como el inglés, si quieres incrementar tus chances de hacer algo in your fucking life es más que obligatorio, no sólo comprender, sino escribir y hablar en inglés y, ¿Por qué no?, en algún otro idioma. Pero como diría mi padre, en un idioma que valga la pena. Estudiar nahuátl es muy loable, respetable y hasta impresionante, pero hay que ser realistas, no te dará las oportunidades laborales que te pueden dar el francés, italiano, ruso, chino, árabe o alemán…

Ahora, volvamos al tema en cuestión. Uno que se precia de decir que tiene un considerable entendimiento del idioma inglés (tengo un maldito CAE), puedo decirles con total honestidad que en año y medio de ir cuatro horas a la semana a una clase en la que todos hablarán en español (sí, hasta el profesor poco dado a la docencia) no aprenderán a fucking shit of english. Se los juro.

Ahora, si en año y medio no se aprende nada, en seis meses ni “pollito chicken, gallina hen” aprenderán. Y este último caso es en el que mis queridos compañeros, futuros periodistas, presentadores de televisión, locutores, comunicadores organizacionales, investigadores, docentes, están. Por eso luego terminamos con “juay de rito”.

 Hemos caído en la búsqueda de la mayor recompensa por el menor esfuerzo posible y así la Universidad tiene un futuro decadente por delante. Sí, la Universidad sale adelante con todas las trabas que puede tener una universidad gratuita y que aparte – revistas “Guía Universitaria” no cuentan por estar vendidas al mejor postor – es la mejor universidad del país y de las mejores en Latinoamérica,  pero eso no justifica que decida crear planes para medio estudiar. ¿Cuáles son los puntos fundamentales para conocer una lengua extranjera? Debes comprenderla, escribirla, oírla y hablarla. Y en “Comprensión de Lectura” de la Universidad, ¿Qué logras?... nada.


Hasta la próxima semana… O quizás hasta el próximo mes. Ciao.

martes, 21 de mayo de 2013

Añora un pasado genético.


Decir que me observó con sus ojos cansados, melancólicos y desesperanzados sería una cursilería, pero el poco ánimo y la apagada mirada que le observé me hicieron pensar “hijos de puta, te privaron de la vida”. Frente a mi estaba un elefante viejo, flaco y desinteresado. Estaba en un zoológico, vamos.

Colecciones privadas de reyes y emperadores, animales extintos por la brutalidad humana –como el león europeo que gracias a la sanguinaria Roma, la bella civilización que tanto ensalzamos, terminó con un gran Requiescat in pace bajo el Anfiteatrum Flavius – o el primer zoológico abierto al público, el de Viena en 1765 han alejado con brutalidad y  poca humanidad a miles de animales de sus hogares, de su hábitat, de su tierra.

Pero, dentro del brutal tráfico de animales, los zoológicos se salvan porque tienen atisbos de decencia y cuidan de sus reos, por eso de lo políticamente correcto y no tanto por el amor a la naturaleza, a diferencia de los circos, esos hijos de algo innombrable.

Bien recuerdo que, hace cerca de tres años, donde se pone el Circo Chino de Pekín, o el de los Atayde Hermanos, o el que sea, que para el relato da lo mismo, ahí sobre Insurgentes a la altura de la estación del Metrobús Revolución, tuvieron durante medio año, bajo el sol y enjaulados a unos cinco tigres de bengala, sin que ninguna autoridad hiciera algo. Que para las mismas, tampoco vi a Greenpeace o alguna de esas empresas protectoras de los derechos animales, moviendo influencias ni haciendo cadenas humanas. Nada de nada.

Decía que todo el tráfico legal e ilegal de animales –que deja unos ingresos tan sustanciosos que es obvio porque los gobiernos sólo fingen prevenirlo – priva de lo esencial a los seres vivos en cuestión. Vida. El derecho elemental a la vida, a pasear por donde a uno le plazca, vivir en libertad donde uno lo decida y, cuando no eres humano, no tener que sobrevivir bajo las antinaturales leyes del homo sapiens. Porque, si yo soy perro, jirafa o delfín, tengo todo el derecho natural de pasarme por el Arco del Triunfo las piteras leyes humanas de defensa animal.

Déjenme plantear una pregunta: El tráfico de humanos es ilegal véase por donde se vea, entonces, ¿Por qué hay  tráfico legal e ilegal de animales? ¿Quién decide que transportar a un león del Serengueti al zoológico de Tokio es legal y es ilegal transportarlo al circo de la esquina? Y más importante, ¿Quién le preguntó al león si era de su agrado irse a vivir a la cosmopolita capital japonesa?

Y ahora, después de haber enfurecido frente al teclado, regreso al tema original. El elefante que, como tantos otros en zoológicos, circos y colecciones privadas a nivel mundial, observa con tristeza todos los días desde un espacio de muy pocos metros cuadrados. La mirada del elefante que añora un pasado que no conoció, pues nació en cautiverio, un pasado que sólo es herencia genética en él, una historia que nadie le relató, pero seguro se imagina. Selvas, kilómetros de tierra salvaje, libertad y algún hindú de añadidura que le cree dios. Porque, amigos, nuestro elefante asiático del Zoológico de Aragón sabe que su hogar no es un maldito puesto de exhibición, no. Su hogar es la historia de una especie que, infinitamente más sabia que nosotros, vive sin destruir y muere por vivir. Añora la libertad.

Hasta la próxima semana.

martes, 14 de mayo de 2013

Sobre los buenos contra los malos, estilo Hollywood.


Llámenle propaganda histórica, o visión de los vencedores, o visión hollywoodesca de la vida, el caso es que tendemos a estudiar la historia como si fuera un gran enfrentamiento del bien contra el mal. Como si, supongamos, Antonio López de Santa Anna fuera el mal encarnado, un desalmado que disfrutaba ser malvado porque era su mejor oficio, y a Benito Juárez como San Benito, el héroe, la mayor figura histórica que personifica al mismísimo bien, casi un ángel caído del cielo, un regalo para los mexicanos. Y así sucede en la historia de todos los países.

Es lógico, hasta cierto punto, saber que si lees la historia de los Estados Unidos por algún historiador norteamericano, lo que leerás es algo que favorezca a los estadunidenses, o que si lees los nuevos libros de historia revisada, verdadera y sin la intervención de la conservadora derecha de Taibo II encontrarás tendencias marcadamente izquierdistas. Que para gustos, cada quien se casa con uno y ahí no discuto, pero quien quiera conocer realmente la historia, debe escucharla desde todos los bandos que la escribieron.

A raíz del cinco de mayo, y del reportaje que salió de él, puedo dar otro ejemplo. Mientras que para los mexicanos es motivo de orgullo decir que ganamos LA batalla de Puebla, para los estadunidenses es prácticamente un día de fiesta, un festejo mal entendido como la independencia de “nuestro patio trasero”. ¿Y para Francia? Sólo significó el cambió de General. El conde de Lorencez regresó a su país, humillado después de ver que con seis mil hombres México, él no era el dueño de nuestro territorio, y en cambio llegó el Mariscal Federico Forey. Por cierto, él, un año y doce días después del triunfo de Zaragoza, sí tomó Puebla.

Igualmente, buena parte de las fuentes osan afirmar que el ejército mexicano estaba compuesto de cuatro mil (a veces menos) soldados y que su contraparte francesa tenía casi seis mil, con lo que buscan hacer mayor la victoria mexicana. Como comentó Miguel Díaz Sánchez, coordinador del Museo Fuerte de Guadalupe, o sea el fuerte donde se libró la batalla en cuestión, las cifras más coherentes son las que mencionan que la tropa mexicana era de 5400, aproximadamente, mientras que del lado francés, había cerca de 5700 monsieurs. O sea, no hay mucha diferencia.

Como mencioné, es natural exaltar la historia de tu país natal, buscar ese patriotismo que te haga sentir orgulloso del lugar donde vives, el problema surge cuando se ve a la historia como una película en la que los buenos son buenos porque la bondad en ellos y su sacrificio por la humanidad raya en la santidad, y los malos son malos porque ni el mismo Lucifer los quería en su averno.

A fin de cuentas, cuando se trata de guerras y eventos históricos, la única lucha que realmente se da es la de intereses contra intereses. El “yo quiero algo” y lucharé por que suceda y tú quieres otra cosa y velarás por lograrlo. Y entre que sucede una u otra cosa, ya nos encarnizamos en una lucha desalmada que se lleva la vida de más de mil personas, –algunas fervientes seguidoras de mi causa, otras de la tuya –  la mayor parte, inocentes.

Encuentro un buen ejemplo en la historia de México. Los tlaxcaltecas. Sí, aquel pueblo indígena “traidor a la santa patria mexicana” que se alió con los gachupines para derrocar al Sacro Imperio Azteca. Payasadas. Lo que querían los tlaxcaltecas era liberarse del yugo mexica. Lo que querían Moctezuma y sus súbditos era que Quetzalcóatl y sus legiones volvieran en sus montañas flotantes a sus lejanas tierras. Lo que querían los españoles eran tierras para los Reyes Católicos. Ni buenos, ni malos, sólo intereses. 

En conclusión, cada que alguien viene y me dice que Bush hizo lo correcto al perseguir a Al-Qaeda, malditos terroristas, que osaron destruir las torres gemelas, o cada que alguien publica que Hitler es malo por matar a seis millones de judíos (eso dicen los judíos, para colmo) y dejan de lado a otros tantos asesinos en masa de la historia, desde Carlomagno hasta Harry Truman, presidente estadunidense en turno cuando estallaron las bombas atómicas o cada que alguien comenta sólo un lado de la historia, y orilla la otra versión, puede ir y darle por lejos. Que es, básicamente, lo que le sugiero a los museos de la tolerancia, entre tantos otros que no soportan ver, por ejemplo, tres muertos en Boston y olvidan los asesinatos diarios en Kabul, Damasco o Bagdad. Digo, hay de muertos a muertos.

Hasta la próxima semana. 

martes, 7 de mayo de 2013

Sobre lo que los humanos osamos llamar humanidad… Parte II


La naturaleza está de luto. El rinoceronte negro, aquel imponente y hermoso animal está virtualmente extinto. La caza indiscriminada para conseguir su cuerno ha terminado por extinguir una especie más. Los humanos: asesinando especies desde el 10,000 A.C.

Así, la última víctima de lo que osamos llamar humanidad, se une a la extensa lista de especies animales asesinadas por la crueldad, la vileza y la extrema avaricia del hombre. El dodo, el león europeo, el tigre de Tasmania, el moa, el bucardo y quizás animales de la súper fauna americana de finales de la era glacial, como el mamut o los caballos americanos, y tantos otros más que, ya sea por la caza, ya sea por la destrucción del hábitat natural, el humano se ha encargado de exterminar.

Lo hecho, hecho está y puedo alzar la voz y reclamar a gritos – con enojo y desesperación – que algo pudimos haber hecho para salvar al rinoceronte negro, pero, tristemente, mis gritos no cambiarán nada. El rinoceronte, como el mamut o los dinosaurios, seguirá extinto por la eternidad. El problema es que muchas especies más podrían terminar en el cementerio si las medidas necesarias no se toman ya.

Y no basta con hacer reservas para conservar la fauna, esas son puterías. ¿Quién le ha dado permiso a la humanidad de cercar un terreno y decir “de ahora en adelante, animales subdesarrollados, vivirán aquí”? ¡Les aseguro que la mayoría de las especies llegaron antes que nosotros y tienen el mismo derecho (divino, natural, existencial o como sea) de caminar por la Tierra! ¡Y si a un okapi le da por llegar a México, pues bienvenido sea!

Como dije, no basta con hacer reservas, el humano que se dé a la tarea de defender a la naturaleza debe enfrentarse contra sus dos peores enemigos: el cazador furtivo al que poco le interesa extinguir a una especie, mientras pueda conseguir sus cuarenta mil dólares por entregarle el cuerno a un vendedor que poco le importa quedarse sin mercancía mientras tenga pasta. Y también debe enfrentarse a la burocracia, las aberrantes políticas humanas que ponen hasta el último lo que es más importante, la vida misma.

Quien asesina un humano es un criminal, quien asesina un perro es un hijodealgo, pero quien asesina un elefante es un rey, o ya en menor escala, un cazador. Para mí, todos los anteriores son lo mismo: criminales,  y merecen pudrirse en una cárcel de alta seguridad o en el noveno infierno de Dante.

Y no sólo en tierra firme es la matanza, hay que ver la pesca indiscriminada que hay aquí y en prácticamente cualquier lugar con salida al océano. Las imágenes que llegan de Japón -con una infinidad de tiburones, peces, delfines y tortugas de añadidura – son por menos horrorizantes, y ni que decir de la matanza de ballenas piloto y delfines que se da en las Islas Feroe.

¿Qué es lo que osamos llamar humanidad? Nuestro miedo, nuestro afán de dominar todo a nuestro alrededor, nuestra avaricia y nuestra ignorancia de lo más importante que hay, la vida, nos lleva a pasos agigantados a una debacle en cuestión de naturaleza.

Poco puedo hacer desde mi computadora, sentado, mientras tecleo mi enojo y frustración en un blog de Internet, lo sé, pero todo el que busque tener una voz dentro de nuestra accidentada sociedad, debe tener una lucha que combatir. Mi frente está aquí.

Hasta la próxima semana y descanse en paz, en un mundo sin humanos, o sea el paraíso, el rinoceronte negro. 

domingo, 5 de mayo de 2013

Zaragoza, héroe de una batalla.


Hace ya un siglo y medio que, frente al Fuerte de Guadalupe, al oriente de la ciudad de Puebla, el General Ignacio Zaragoza se enfrentó al Conde de Lorencez en una batalla que el tiempo se encargaría de mitificar. Y sin embargo, el mexicano que acaudilló al desorganizado Ejército de Oriente pasa desconocido, a la sombra de su prematura muerte que no le dejó disfrutar su victoria aquel cinco de mayo de 1862.

“Zaragoza era un gran estratega” comentó el Sargento Primero Israel Cano, archivista en el Museo y Biblioteca pública Ignacio Zaragoza, en Puebla, sitio ubicado en el antiguo convento de los Betlemitas. En el museo retratan la vida del general, desde su nacimiento en tierras ahora independientes de México, hasta su muerte acaecida el 8 de septiembre de 1862.

De la vida del General, previa a la invasión francesa.

Ignacio Zaragoza Seguín nació el 24 de marzo de 1829 en la Bahía del Espíritu Santo, en el entonces estado de Coahuila y Texas. En la actualidad, la localidad donde naciera el hijo del militar Miguel Zaragoza Valdez, se llama Goliad y está al sureste de Texas, Estados Unidos.

“Ellos radican allá porque el papá de Ignacio Zaragoza resguardaba la soberanía de Texas” explicó Cano. Además habló de cómo el futuro General, hijo de militar, vivió en varias partes de la república, entró a estudiar Teología en Monterrey pero dejó inconclusos sus estudios, y a la edad de diecisiete años pidió entrar al ejército, a un regimiento de húsares, pero le fue denegado el ingreso.

De veintitrés años ingresó al ejército como Sargento Primero en las Fuerzas de Nuevo León. Tan sólo diez años después ya sería General del ejército de Oriente. “Es el general más joven que hemos tenido. A los treinta y tres años ya era General de División” argumentó el Sargento Primero.

Durante la Revolución de Ayutla, en la que Juan Álvarez desconoce a Santa Anna, “por mérito en el servicio Zaragoza asciende de Sargento a Capitán”. Al final triunfa la Revolución, Su Alteza Serenísima sale exiliado del país y en 1857, producto de la lucha, nace la segunda Constitución mexicana.

Tras la promulgación de la nueva Constitución, vendrían tres años de guerra civil, la conocida Guerra de Reforma, que enfrentó al bando conservador encabezado por Félix Zuloaga, Ignacio Comonfort y Miguel Miramón y al liberal, que tomó por caudillos a Benito Juárez, Jesús González Ortega e Ignacio Zaragoza.

Comonfort, quien huyera el 11 de enero de 1858 a Estados Unidos dejó la silla presidencial vacante. El 15 del mismo mes, Juárez, presidente de la Suprema Corte, tomó la presidencia oficial en Guanajuato, pues al mismo tiempo Zuloaga tenía tomada la capital y fungía como presidente.

Durante la guerra de tres años había en México dos presidencias, la de Juárez –que al principio no era reconocida por ningún gobierno, y al final Estados Unidos apoyó – y la del bando conservador, primero con Zuloaga, y desde 1859 por Miguel Miramón, “el más joven y aguerrido general de la reacción” acorde a Andrés Lira y Anne Staples, historiadores que hablan de la época en el libro Nueva historia general de México editado por el Colegio de México (COLMEX).

La guerra de Reforma culminaría con dos derrotas para el bando de Miramón, primero en Silao y luego en Calpulalpan, el 22 de diciembre de 1860. El bando liberal, al mando de Jesús González Ortega tenía entre sus filas al –entonces ya  – General Ignacio Zaragoza.

En 1861, Benito Juárez nombra a Zaragoza Ministro de Guerra y Marina de México, a la edad de 32 años. Tendría el cargo por poco menos de medio año, pues para finales del 61 tomó el cargo de General del Ejército de Oriente, con el que lograría, el cinco de mayo de 1862, vencer al ejército francés, que quizás fuera el mejor ejército de su época.

Razones de la Segunda Intervención Francesa y la batalla del cinco de mayo.

México, bajo la presidencia del oaxaqueño Juárez, sumido en la inoperancia económica, apenas salía de una guerra civil y con una deuda externa enorme, decreta en julio de 1861 una moratoria de los pagos a potencias extranjeras.

“Se les debía un poquito de dinero. Eran setenta y nueve millones para Inglaterra, Francia tres millones y quince millones para España” comentó Cano. La reacción no se hizo esperar y la alianza tripartita envió al puerto de Veracruz a sus tropas para reclamar el pago.

“Las tropas enviadas para tal efecto llegaron a las costas mexicanas en diciembre: España envió 6000 hombres, Inglaterra sólo 700 y Francia 7000. […] El gobierno se dispuso a negociar y envió al secretario de Relaciones, Manuel Doblado, para tratar con la comisión tripartita que presidía el general español Juan Prim”, explican Lira y Staples.

Doblado logró convencer –mediante los Convenios de la Soledad – a los comisionados para aplazar la deuda, por lo que España e Inglaterra retiraron sus tropas, pero Francia, que bajo al mando de Napoleón III, anhelaba intenciones imperialistas en México, decidió invadir. “El emperador de los franceses se sentía llamado a salvar a la raza latina frente al expansionismo angloamericano” argumentan los historiadores.

“Al arrojar la máscara, los franceses hablaron sin ambages sobre reprimir la anarquía republicana, estableciendo un trono, y el 16 de abril apareció una proclama, convocando a todos los mexicanos que simpatizaran con la intervención, a ponerse a la sombra del estandarte ahora levantado por el pueblo más liberal de Europa” escribió Huberto Howe Bancroft, historiador e hispanista estadunidense, quien escribió Porfirio Díaz, su biografía, en la década de 1880.

Así comenzó la campaña militar del Conde de Lorencez, de nombre Charles Ferdinand Latrille. Militar experimentado, nació en París en 1814, tras estudiar en la Escuela Militar Especial de Saint-Cyr, combatió en Argelia y en la Guerra de Crimea, en la que fue ascendido a General de Brigada en 1855.

 El ejército francés comenzó su avance desde Córdoba, Veracruz, en la ruta que va del Puerto de Veracruz a la Ciudad de México, y que tenía como parada obligada la ciudad de Puebla.
El veintiocho de abril, en Acultzingo, frontera de Veracruz y Puebla, las fuerzas francesas se enfrentaron a las mexicanas en lo que se conoce ahora como la Batalla de las Cumbres.

El General Zaragoza, tras la lucha mandó un parte de guerra al presidente Juárez, en el que le informaba del resultado del enfrentamiento:

“Se trabó un reñido combate durante tres horas, habiendo sufrido mucho el enemigo entre muertos y heridos cuyo número es considerable. Por nuestra parte tuvimos muy pocas desgracias.

Acaso hubiera sido completamente destruida la columna del centro, si, en los últimos momentos no hubiese recibido una herida el C. General Arteaga, que personalmente se había encargado de aquel puesto, cuya circunstancia dio lugar a que comenzara la retirada, mientras yo visitaba el flanco derecho”.

Tras el combate, y como resultado del mismo, Zaragoza decidió replegarse a Puebla, donde esperó al enemigo para enfrascarse en otra batalla.

En la zona oriental de la ciudad de Puebla, a las faldas del cerro de Belén, donde estaba el Fuerte de Guadalupe, el conde de Lorencez intentó tomar el fuerte. “Por considerarlo como el punto más fuerte de la defensa y cuya pérdida significarla la calda de las demás posiciones mexicanas”, acorde al artículo sobre la batalla, realizado por la Secretaría de Gobernación (SEGOB) durante los festejos del bicentenario.

Los habitantes de Puebla albergaban ideas conservadoras y gustosamente habrían recibido al ejército francés, por lo que Zaragoza buscaba repeler a los invasores a toda costa.

“Las cantidades más constantes que hemos encontrado, del lado de los mexicanos es 5,350 y 5,450 y en el francés de 5,750 a 6000 hombres” comentó Miguel Díaz Sánchez, coordinador técnico del Museo Fuerte de Guadalupe y trabajador de la Secretaría de Educación Pública durante treinta años.

“Para la Batalla del 5 de mayo, el General Ignacio Zaragoza organizó cinco columnas de combate, cuatro de infantería y una de caballería” tuiteó la cuenta @Historia_México. Las columnas eran comandadas por el General Miguel Negrete (mil doscientos hombres), Felipe Berriozábal (mil ochenta y dos hombres), Francisco La Madrid (mil veinte), Antonio Álvarez (quinientos cincuenta) y Porfirio Díaz (mil hombres).

Apunta el sargento Cano que el conde de Lorencez actuó con torpeza durante la batalla pues envió a sus hombres por un terreno agreste y difícil, que aunado a la lluvia que comenzó a las dos horas de la batalla, hizo imposible que éstos lograran tomar el Fuerte de Guadalupe. Poco importó que fuera la infantería más temida de Europa, los zuavos, el mal terreno, la lluvia y el ataque mexicano mermaron los tres avances franceses.

El combate duró más de tres horas y culminó a las 15:30 hrs, cuando el General Zaragoza llamó al General Díaz, quien perseguía, con los cuerpos de su brigada, a los franceses que se retiraban a Amozoc.

Poco después Ignacio Zaragoza envió un telegrama a la Ciudad de México, un mensaje que pasaría a la historia del país: “Las armas nacionales se han cubierto de gloria. Las tropas francesas se portaron con valor en el combate y su jefe con torpeza”.

El nueve de mayo, cuatro días después de la batalla, Zaragoza escribió el sentir de los poblanos tras el combate: “El enemigo pernoctó en Amozoc y aún a las siete de la mañana estaba ahí. Nuestra caballería los hostiliza constantemente. En cuanto al dinero nada se puede hacer aquí porque esta gente es mala en lo general y sobre todo muy indolente y egoísta. Qué bueno sería quemar a Puebla. Está de luto por el acontecimiento del 5. Esto es triste decirlo, pero es una realidad lamentable”.

Del cinco a su muerte.

Después de la batalla del cinco de mayo, Ignacio Zaragoza siguió en campaña, atacó constantemente a los franceses que se resguardaron en Amozoc y viajó de Puebla a la capital.

Desde aquella fecha feliz, Ignacio Zaragoza no había tenido un momento de reposo. Infatigable recorría las posiciones de sus tropas y los campamentos donde se atendía a los heridos y los numerosos soldados azotados por una terrible epidemia de tifo”, escribió Raúl González Lezama, quien trabaja en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM).

“La tifoidea es una enfermedad intestinal que es ocasionada por la ingesta de alimentos y agua, principalmente agua, contaminados” comentó el Doctor Alfonso Hernández Murillo, y es una enfermedad que se da mucho en temporada de calor y lugares insalubres, ambos elementos presentes en las campañas militares, como la que Zaragoza sostuvo en su momento.

“La tifoidea tiene una forma de darte muy curioso. Tú puedes estar todo el día completamente sano. No te sientes mal no te duele nada, pero alrededor de las cinco, seis de la tarde te dan unos dolores tremendos de espalda, cuerpo temperatura”, sostuvo Díaz Sánchez al explicar por qué Ignacio Zaragoza cayó enfermo el 5 de septiembre, cuatro meses después de su victoria, y murió sólo tres días después.

“Al día siguiente [el cinco de septiembre] por la noche, el dolor de cabeza y la fiebre fueron insoportables. A las 11 de la mañana del día 6, comenzó a ser presa de delirios que lo llevaron a imaginar que se desarrollaba una batalla, por lo que demandó sus botas de montar y su caballo”, escribió González Lezama en su artículo La muerte de Ignacio Zaragoza.

El siete, el día previo a su deceso, el doctor encargado del General, Juan Navarro, afirmó que no podía salvársele la vida, por lo que en su lecho estuvieron militares, su madre y su hermana presentes hasta que Zaragoza, en medio de delirios falleció a las doce y veintiocho de la tarde del 8 de septiembre, acorde a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).

Se decretaron honras fúnebres en todo el país, y el presidente Benito Juárez, en decreto el día 11 de septiembre del mismo año, declaró al General Zaragoza como Benemérito de la Patria en Grado Heroico.

Casi dos meses después, el veintitrés de octubre, el periódico francés Le Globe Illustre, dio la noticia en Francia, de la muerte del General Zaragoza. Pese a errores que ahora serían garrafales en cualquier periódico, como afirmar que tenía 35 años y que había nacido en Matehuala, San Luis Potosí, el periódico francés afirma de Zaragoza que “los soldados franceses estuvieron frente a un hombre enérgico, de una pronta decisión y de una cierta habilidad”.

Ignacio Zaragoza fue un gran estratega que murió a corta edad y quedaron incompletos los planes que pudo haber tenido para el futuro. Francisco Zarco, el escritor mexicano, escribió “Su nombre no perecerá jamás, será transmitido a las más remotas generaciones, y figurará al lado de los de Hidalgo y de los padres de nuestra independencia".

Lo que es cierto es que su victoria sobre los franceses fue un momento de lucidez militar mexicana, tan sólo un momento. Ganó la batalla, más no la guerra. Al año siguiente los franceses tomarían la ciudad de Puebla, el 17 de mayo, tras dos meses de asedio, y con treinta mil hombres –entre mexicanos y franceses – instaurarían el Segundo Imperio Mexicano, y nombres como Maximiliano de Habsburgo y Carlota, su esposa, resonarían por los siguientes cuatro años, hasta el fusilamiento del emperador en el Cerro de las Campanas el 19 de junio de 1867.

“La derrota sufrida por los franceses el año anterior había sido, en realidad, una retirada, y su poderoso ejército volvió imponiendo su superioridad en un país que quince años atrás había mostrado debilidad y anarquía”, escribieron Andrés Lira y Anne Staples.

El resto, como dicen, es historia, y en el caso del General que derrotara a los franceses, su legado se muestra en nombres de calles, estaciones de metro, billetes de quinientos, establecimientos de todo tipo, estados como Coahuila de Zaragoza y ciudades como la Heroica Puebla de Zaragoza. Irónico por menos que la nombraran en su honor cuando él, después de defenderla, escribió que hubiera querido quemarla.