La naturaleza está de luto.
El rinoceronte negro, aquel imponente y hermoso animal está virtualmente
extinto. La caza indiscriminada para conseguir su cuerno ha terminado por
extinguir una especie más. Los humanos: asesinando especies desde el 10,000
A.C.
Así, la última víctima de lo
que osamos llamar humanidad, se une a la extensa lista de especies animales
asesinadas por la crueldad, la vileza y la extrema avaricia del hombre. El
dodo, el león europeo, el tigre de Tasmania, el moa, el bucardo y quizás
animales de la súper fauna americana de finales de la era glacial, como el
mamut o los caballos americanos, y tantos otros más que, ya sea por la caza, ya
sea por la destrucción del hábitat natural, el humano se ha encargado de
exterminar.
Lo hecho, hecho está y puedo
alzar la voz y reclamar a gritos – con enojo y desesperación – que algo pudimos
haber hecho para salvar al rinoceronte negro, pero, tristemente, mis gritos no
cambiarán nada. El rinoceronte, como el mamut o los dinosaurios, seguirá extinto
por la eternidad. El problema es que muchas especies más podrían terminar en el
cementerio si las medidas necesarias no se toman ya.
Y no basta con hacer
reservas para conservar la fauna, esas son puterías. ¿Quién le ha dado permiso
a la humanidad de cercar un terreno y decir “de ahora en adelante, animales
subdesarrollados, vivirán aquí”? ¡Les aseguro que la mayoría de las especies
llegaron antes que nosotros y tienen el mismo derecho (divino, natural,
existencial o como sea) de caminar por la Tierra! ¡Y si a un okapi le da por
llegar a México, pues bienvenido sea!
Como dije, no basta con
hacer reservas, el humano que se dé a la tarea de defender a la naturaleza debe
enfrentarse contra sus dos peores enemigos: el cazador furtivo al que poco le
interesa extinguir a una especie, mientras pueda conseguir sus cuarenta mil
dólares por entregarle el cuerno a un vendedor que poco le importa quedarse sin
mercancía mientras tenga pasta. Y también debe enfrentarse a la burocracia, las
aberrantes políticas humanas que ponen hasta el último lo que es más
importante, la vida misma.
Quien asesina un humano es
un criminal, quien asesina un perro es un hijodealgo, pero quien asesina un
elefante es un rey, o ya en menor escala, un cazador. Para mí, todos los
anteriores son lo mismo: criminales, y
merecen pudrirse en una cárcel de alta seguridad o en el noveno infierno de
Dante.
Y no sólo en tierra firme es
la matanza, hay que ver la pesca indiscriminada que hay aquí y en prácticamente
cualquier lugar con salida al océano. Las imágenes que llegan de Japón -con una
infinidad de tiburones, peces, delfines y tortugas de añadidura – son por menos
horrorizantes, y ni que decir de la matanza de ballenas piloto y delfines que
se da en las Islas Feroe.
¿Qué es lo que osamos llamar
humanidad? Nuestro miedo, nuestro afán de dominar todo a nuestro alrededor,
nuestra avaricia y nuestra ignorancia de lo más importante que hay, la vida,
nos lleva a pasos agigantados a una debacle en cuestión de naturaleza.
Poco puedo hacer desde mi
computadora, sentado, mientras tecleo mi enojo y frustración en un blog de
Internet, lo sé, pero todo el que busque tener una voz dentro de nuestra
accidentada sociedad, debe tener una lucha que combatir. Mi frente está aquí.
Hasta la próxima semana y
descanse en paz, en un mundo sin humanos, o sea el paraíso, el rinoceronte negro.
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