domingo, 5 de mayo de 2013

Zaragoza, héroe de una batalla.


Hace ya un siglo y medio que, frente al Fuerte de Guadalupe, al oriente de la ciudad de Puebla, el General Ignacio Zaragoza se enfrentó al Conde de Lorencez en una batalla que el tiempo se encargaría de mitificar. Y sin embargo, el mexicano que acaudilló al desorganizado Ejército de Oriente pasa desconocido, a la sombra de su prematura muerte que no le dejó disfrutar su victoria aquel cinco de mayo de 1862.

“Zaragoza era un gran estratega” comentó el Sargento Primero Israel Cano, archivista en el Museo y Biblioteca pública Ignacio Zaragoza, en Puebla, sitio ubicado en el antiguo convento de los Betlemitas. En el museo retratan la vida del general, desde su nacimiento en tierras ahora independientes de México, hasta su muerte acaecida el 8 de septiembre de 1862.

De la vida del General, previa a la invasión francesa.

Ignacio Zaragoza Seguín nació el 24 de marzo de 1829 en la Bahía del Espíritu Santo, en el entonces estado de Coahuila y Texas. En la actualidad, la localidad donde naciera el hijo del militar Miguel Zaragoza Valdez, se llama Goliad y está al sureste de Texas, Estados Unidos.

“Ellos radican allá porque el papá de Ignacio Zaragoza resguardaba la soberanía de Texas” explicó Cano. Además habló de cómo el futuro General, hijo de militar, vivió en varias partes de la república, entró a estudiar Teología en Monterrey pero dejó inconclusos sus estudios, y a la edad de diecisiete años pidió entrar al ejército, a un regimiento de húsares, pero le fue denegado el ingreso.

De veintitrés años ingresó al ejército como Sargento Primero en las Fuerzas de Nuevo León. Tan sólo diez años después ya sería General del ejército de Oriente. “Es el general más joven que hemos tenido. A los treinta y tres años ya era General de División” argumentó el Sargento Primero.

Durante la Revolución de Ayutla, en la que Juan Álvarez desconoce a Santa Anna, “por mérito en el servicio Zaragoza asciende de Sargento a Capitán”. Al final triunfa la Revolución, Su Alteza Serenísima sale exiliado del país y en 1857, producto de la lucha, nace la segunda Constitución mexicana.

Tras la promulgación de la nueva Constitución, vendrían tres años de guerra civil, la conocida Guerra de Reforma, que enfrentó al bando conservador encabezado por Félix Zuloaga, Ignacio Comonfort y Miguel Miramón y al liberal, que tomó por caudillos a Benito Juárez, Jesús González Ortega e Ignacio Zaragoza.

Comonfort, quien huyera el 11 de enero de 1858 a Estados Unidos dejó la silla presidencial vacante. El 15 del mismo mes, Juárez, presidente de la Suprema Corte, tomó la presidencia oficial en Guanajuato, pues al mismo tiempo Zuloaga tenía tomada la capital y fungía como presidente.

Durante la guerra de tres años había en México dos presidencias, la de Juárez –que al principio no era reconocida por ningún gobierno, y al final Estados Unidos apoyó – y la del bando conservador, primero con Zuloaga, y desde 1859 por Miguel Miramón, “el más joven y aguerrido general de la reacción” acorde a Andrés Lira y Anne Staples, historiadores que hablan de la época en el libro Nueva historia general de México editado por el Colegio de México (COLMEX).

La guerra de Reforma culminaría con dos derrotas para el bando de Miramón, primero en Silao y luego en Calpulalpan, el 22 de diciembre de 1860. El bando liberal, al mando de Jesús González Ortega tenía entre sus filas al –entonces ya  – General Ignacio Zaragoza.

En 1861, Benito Juárez nombra a Zaragoza Ministro de Guerra y Marina de México, a la edad de 32 años. Tendría el cargo por poco menos de medio año, pues para finales del 61 tomó el cargo de General del Ejército de Oriente, con el que lograría, el cinco de mayo de 1862, vencer al ejército francés, que quizás fuera el mejor ejército de su época.

Razones de la Segunda Intervención Francesa y la batalla del cinco de mayo.

México, bajo la presidencia del oaxaqueño Juárez, sumido en la inoperancia económica, apenas salía de una guerra civil y con una deuda externa enorme, decreta en julio de 1861 una moratoria de los pagos a potencias extranjeras.

“Se les debía un poquito de dinero. Eran setenta y nueve millones para Inglaterra, Francia tres millones y quince millones para España” comentó Cano. La reacción no se hizo esperar y la alianza tripartita envió al puerto de Veracruz a sus tropas para reclamar el pago.

“Las tropas enviadas para tal efecto llegaron a las costas mexicanas en diciembre: España envió 6000 hombres, Inglaterra sólo 700 y Francia 7000. […] El gobierno se dispuso a negociar y envió al secretario de Relaciones, Manuel Doblado, para tratar con la comisión tripartita que presidía el general español Juan Prim”, explican Lira y Staples.

Doblado logró convencer –mediante los Convenios de la Soledad – a los comisionados para aplazar la deuda, por lo que España e Inglaterra retiraron sus tropas, pero Francia, que bajo al mando de Napoleón III, anhelaba intenciones imperialistas en México, decidió invadir. “El emperador de los franceses se sentía llamado a salvar a la raza latina frente al expansionismo angloamericano” argumentan los historiadores.

“Al arrojar la máscara, los franceses hablaron sin ambages sobre reprimir la anarquía republicana, estableciendo un trono, y el 16 de abril apareció una proclama, convocando a todos los mexicanos que simpatizaran con la intervención, a ponerse a la sombra del estandarte ahora levantado por el pueblo más liberal de Europa” escribió Huberto Howe Bancroft, historiador e hispanista estadunidense, quien escribió Porfirio Díaz, su biografía, en la década de 1880.

Así comenzó la campaña militar del Conde de Lorencez, de nombre Charles Ferdinand Latrille. Militar experimentado, nació en París en 1814, tras estudiar en la Escuela Militar Especial de Saint-Cyr, combatió en Argelia y en la Guerra de Crimea, en la que fue ascendido a General de Brigada en 1855.

 El ejército francés comenzó su avance desde Córdoba, Veracruz, en la ruta que va del Puerto de Veracruz a la Ciudad de México, y que tenía como parada obligada la ciudad de Puebla.
El veintiocho de abril, en Acultzingo, frontera de Veracruz y Puebla, las fuerzas francesas se enfrentaron a las mexicanas en lo que se conoce ahora como la Batalla de las Cumbres.

El General Zaragoza, tras la lucha mandó un parte de guerra al presidente Juárez, en el que le informaba del resultado del enfrentamiento:

“Se trabó un reñido combate durante tres horas, habiendo sufrido mucho el enemigo entre muertos y heridos cuyo número es considerable. Por nuestra parte tuvimos muy pocas desgracias.

Acaso hubiera sido completamente destruida la columna del centro, si, en los últimos momentos no hubiese recibido una herida el C. General Arteaga, que personalmente se había encargado de aquel puesto, cuya circunstancia dio lugar a que comenzara la retirada, mientras yo visitaba el flanco derecho”.

Tras el combate, y como resultado del mismo, Zaragoza decidió replegarse a Puebla, donde esperó al enemigo para enfrascarse en otra batalla.

En la zona oriental de la ciudad de Puebla, a las faldas del cerro de Belén, donde estaba el Fuerte de Guadalupe, el conde de Lorencez intentó tomar el fuerte. “Por considerarlo como el punto más fuerte de la defensa y cuya pérdida significarla la calda de las demás posiciones mexicanas”, acorde al artículo sobre la batalla, realizado por la Secretaría de Gobernación (SEGOB) durante los festejos del bicentenario.

Los habitantes de Puebla albergaban ideas conservadoras y gustosamente habrían recibido al ejército francés, por lo que Zaragoza buscaba repeler a los invasores a toda costa.

“Las cantidades más constantes que hemos encontrado, del lado de los mexicanos es 5,350 y 5,450 y en el francés de 5,750 a 6000 hombres” comentó Miguel Díaz Sánchez, coordinador técnico del Museo Fuerte de Guadalupe y trabajador de la Secretaría de Educación Pública durante treinta años.

“Para la Batalla del 5 de mayo, el General Ignacio Zaragoza organizó cinco columnas de combate, cuatro de infantería y una de caballería” tuiteó la cuenta @Historia_México. Las columnas eran comandadas por el General Miguel Negrete (mil doscientos hombres), Felipe Berriozábal (mil ochenta y dos hombres), Francisco La Madrid (mil veinte), Antonio Álvarez (quinientos cincuenta) y Porfirio Díaz (mil hombres).

Apunta el sargento Cano que el conde de Lorencez actuó con torpeza durante la batalla pues envió a sus hombres por un terreno agreste y difícil, que aunado a la lluvia que comenzó a las dos horas de la batalla, hizo imposible que éstos lograran tomar el Fuerte de Guadalupe. Poco importó que fuera la infantería más temida de Europa, los zuavos, el mal terreno, la lluvia y el ataque mexicano mermaron los tres avances franceses.

El combate duró más de tres horas y culminó a las 15:30 hrs, cuando el General Zaragoza llamó al General Díaz, quien perseguía, con los cuerpos de su brigada, a los franceses que se retiraban a Amozoc.

Poco después Ignacio Zaragoza envió un telegrama a la Ciudad de México, un mensaje que pasaría a la historia del país: “Las armas nacionales se han cubierto de gloria. Las tropas francesas se portaron con valor en el combate y su jefe con torpeza”.

El nueve de mayo, cuatro días después de la batalla, Zaragoza escribió el sentir de los poblanos tras el combate: “El enemigo pernoctó en Amozoc y aún a las siete de la mañana estaba ahí. Nuestra caballería los hostiliza constantemente. En cuanto al dinero nada se puede hacer aquí porque esta gente es mala en lo general y sobre todo muy indolente y egoísta. Qué bueno sería quemar a Puebla. Está de luto por el acontecimiento del 5. Esto es triste decirlo, pero es una realidad lamentable”.

Del cinco a su muerte.

Después de la batalla del cinco de mayo, Ignacio Zaragoza siguió en campaña, atacó constantemente a los franceses que se resguardaron en Amozoc y viajó de Puebla a la capital.

Desde aquella fecha feliz, Ignacio Zaragoza no había tenido un momento de reposo. Infatigable recorría las posiciones de sus tropas y los campamentos donde se atendía a los heridos y los numerosos soldados azotados por una terrible epidemia de tifo”, escribió Raúl González Lezama, quien trabaja en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM).

“La tifoidea es una enfermedad intestinal que es ocasionada por la ingesta de alimentos y agua, principalmente agua, contaminados” comentó el Doctor Alfonso Hernández Murillo, y es una enfermedad que se da mucho en temporada de calor y lugares insalubres, ambos elementos presentes en las campañas militares, como la que Zaragoza sostuvo en su momento.

“La tifoidea tiene una forma de darte muy curioso. Tú puedes estar todo el día completamente sano. No te sientes mal no te duele nada, pero alrededor de las cinco, seis de la tarde te dan unos dolores tremendos de espalda, cuerpo temperatura”, sostuvo Díaz Sánchez al explicar por qué Ignacio Zaragoza cayó enfermo el 5 de septiembre, cuatro meses después de su victoria, y murió sólo tres días después.

“Al día siguiente [el cinco de septiembre] por la noche, el dolor de cabeza y la fiebre fueron insoportables. A las 11 de la mañana del día 6, comenzó a ser presa de delirios que lo llevaron a imaginar que se desarrollaba una batalla, por lo que demandó sus botas de montar y su caballo”, escribió González Lezama en su artículo La muerte de Ignacio Zaragoza.

El siete, el día previo a su deceso, el doctor encargado del General, Juan Navarro, afirmó que no podía salvársele la vida, por lo que en su lecho estuvieron militares, su madre y su hermana presentes hasta que Zaragoza, en medio de delirios falleció a las doce y veintiocho de la tarde del 8 de septiembre, acorde a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).

Se decretaron honras fúnebres en todo el país, y el presidente Benito Juárez, en decreto el día 11 de septiembre del mismo año, declaró al General Zaragoza como Benemérito de la Patria en Grado Heroico.

Casi dos meses después, el veintitrés de octubre, el periódico francés Le Globe Illustre, dio la noticia en Francia, de la muerte del General Zaragoza. Pese a errores que ahora serían garrafales en cualquier periódico, como afirmar que tenía 35 años y que había nacido en Matehuala, San Luis Potosí, el periódico francés afirma de Zaragoza que “los soldados franceses estuvieron frente a un hombre enérgico, de una pronta decisión y de una cierta habilidad”.

Ignacio Zaragoza fue un gran estratega que murió a corta edad y quedaron incompletos los planes que pudo haber tenido para el futuro. Francisco Zarco, el escritor mexicano, escribió “Su nombre no perecerá jamás, será transmitido a las más remotas generaciones, y figurará al lado de los de Hidalgo y de los padres de nuestra independencia".

Lo que es cierto es que su victoria sobre los franceses fue un momento de lucidez militar mexicana, tan sólo un momento. Ganó la batalla, más no la guerra. Al año siguiente los franceses tomarían la ciudad de Puebla, el 17 de mayo, tras dos meses de asedio, y con treinta mil hombres –entre mexicanos y franceses – instaurarían el Segundo Imperio Mexicano, y nombres como Maximiliano de Habsburgo y Carlota, su esposa, resonarían por los siguientes cuatro años, hasta el fusilamiento del emperador en el Cerro de las Campanas el 19 de junio de 1867.

“La derrota sufrida por los franceses el año anterior había sido, en realidad, una retirada, y su poderoso ejército volvió imponiendo su superioridad en un país que quince años atrás había mostrado debilidad y anarquía”, escribieron Andrés Lira y Anne Staples.

El resto, como dicen, es historia, y en el caso del General que derrotara a los franceses, su legado se muestra en nombres de calles, estaciones de metro, billetes de quinientos, establecimientos de todo tipo, estados como Coahuila de Zaragoza y ciudades como la Heroica Puebla de Zaragoza. Irónico por menos que la nombraran en su honor cuando él, después de defenderla, escribió que hubiera querido quemarla.

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