Hace
ya un siglo y medio que, frente al Fuerte de Guadalupe, al oriente de la ciudad
de Puebla, el General Ignacio Zaragoza se enfrentó al Conde de Lorencez en una
batalla que el tiempo se encargaría de mitificar. Y sin embargo, el mexicano que
acaudilló al desorganizado Ejército de Oriente pasa desconocido, a la sombra de
su prematura muerte que no le dejó disfrutar su victoria aquel cinco de mayo de
1862.
“Zaragoza
era un gran estratega” comentó el Sargento Primero Israel Cano, archivista en el
Museo y Biblioteca pública Ignacio
Zaragoza, en Puebla, sitio ubicado en el antiguo convento de los
Betlemitas. En el museo retratan la vida del general, desde su nacimiento en
tierras ahora independientes de México, hasta su muerte acaecida el 8 de
septiembre de 1862.
De la vida del General, previa a la
invasión francesa.
Ignacio
Zaragoza Seguín nació el 24 de marzo de 1829 en la Bahía del Espíritu Santo, en
el entonces estado de Coahuila y Texas. En la actualidad, la localidad donde
naciera el hijo del militar Miguel Zaragoza Valdez, se llama Goliad y está al
sureste de Texas, Estados Unidos.
“Ellos
radican allá porque el papá de Ignacio Zaragoza resguardaba la soberanía de
Texas” explicó Cano. Además habló de cómo el futuro General, hijo de militar,
vivió en varias partes de la república, entró a estudiar Teología en Monterrey
pero dejó inconclusos sus estudios, y a la edad de diecisiete años pidió entrar
al ejército, a un regimiento de húsares, pero le fue denegado el ingreso.
De
veintitrés años ingresó al ejército como Sargento Primero en las Fuerzas de
Nuevo León. Tan sólo diez años después ya sería General del ejército de Oriente.
“Es el general más joven que hemos tenido. A los treinta y tres años ya era
General de División” argumentó el Sargento Primero.
Durante
la Revolución de Ayutla, en la que Juan Álvarez desconoce a Santa Anna, “por
mérito en el servicio Zaragoza asciende de Sargento a Capitán”. Al final
triunfa la Revolución, Su Alteza
Serenísima sale exiliado del país y en 1857, producto de la lucha, nace la
segunda Constitución mexicana.
Tras
la promulgación de la nueva Constitución, vendrían tres años de guerra civil,
la conocida Guerra de Reforma, que enfrentó al bando conservador encabezado por
Félix Zuloaga, Ignacio Comonfort y Miguel Miramón y al liberal, que tomó por
caudillos a Benito Juárez, Jesús González Ortega e Ignacio Zaragoza.
Comonfort,
quien huyera el 11 de enero de 1858 a Estados Unidos dejó la silla presidencial
vacante. El 15 del mismo mes, Juárez, presidente de la Suprema Corte, tomó la
presidencia oficial en Guanajuato,
pues al mismo tiempo Zuloaga tenía tomada la capital y fungía como presidente.
Durante
la guerra de tres años había en México dos presidencias, la de Juárez –que al
principio no era reconocida por ningún gobierno, y al final Estados Unidos apoyó
– y la del bando conservador, primero con Zuloaga, y desde 1859 por Miguel
Miramón, “el más joven y aguerrido general de la reacción” acorde a Andrés Lira
y Anne Staples, historiadores que hablan de la época en el libro Nueva historia general de México editado
por el Colegio de México (COLMEX).
La
guerra de Reforma culminaría con dos derrotas para el bando de Miramón, primero
en Silao y luego en Calpulalpan, el 22 de diciembre de 1860. El bando liberal,
al mando de Jesús González Ortega tenía entre sus filas al –entonces ya – General Ignacio Zaragoza.
En
1861, Benito Juárez nombra a Zaragoza Ministro de Guerra y Marina de México, a
la edad de 32 años. Tendría el cargo por poco menos de medio año, pues para
finales del 61 tomó el cargo de General del Ejército de Oriente, con el que
lograría, el cinco de mayo de 1862, vencer al ejército francés, que quizás
fuera el mejor ejército de su época.
Razones de la Segunda Intervención
Francesa y la batalla del cinco de mayo.
México,
bajo la presidencia del oaxaqueño Juárez, sumido en la inoperancia económica,
apenas salía de una guerra civil y con una deuda externa enorme, decreta en
julio de 1861 una moratoria de los pagos a potencias extranjeras.
“Se
les debía un poquito de dinero. Eran setenta y nueve millones para Inglaterra,
Francia tres millones y quince millones para España” comentó Cano. La reacción
no se hizo esperar y la alianza tripartita envió al puerto de Veracruz a sus
tropas para reclamar el pago.
“Las
tropas enviadas para tal efecto llegaron a las costas mexicanas en diciembre:
España envió 6000 hombres, Inglaterra sólo 700 y Francia 7000. […] El gobierno
se dispuso a negociar y envió al secretario de Relaciones, Manuel Doblado, para
tratar con la comisión tripartita que presidía el general español Juan Prim”,
explican Lira y Staples.
Doblado
logró convencer –mediante los Convenios de la Soledad – a los comisionados para
aplazar la deuda, por lo que España e Inglaterra retiraron sus tropas, pero
Francia, que bajo al mando de Napoleón III, anhelaba intenciones imperialistas
en México, decidió invadir. “El emperador de los franceses se sentía llamado a
salvar a la raza latina frente al expansionismo angloamericano” argumentan los
historiadores.
“Al
arrojar la máscara, los franceses hablaron sin ambages sobre reprimir la
anarquía republicana, estableciendo un trono, y el 16 de abril apareció una
proclama, convocando a todos los mexicanos que simpatizaran con la
intervención, a ponerse a la sombra del estandarte ahora levantado por el
pueblo más liberal de Europa” escribió Huberto Howe Bancroft, historiador e
hispanista estadunidense, quien escribió Porfirio
Díaz, su biografía, en la década de 1880.
Así
comenzó la campaña militar del Conde de Lorencez, de nombre Charles Ferdinand
Latrille. Militar experimentado, nació en París en 1814, tras estudiar en la
Escuela Militar Especial de Saint-Cyr, combatió en Argelia y en la Guerra de
Crimea, en la que fue ascendido a General de Brigada en 1855.
El ejército francés comenzó su avance desde
Córdoba, Veracruz, en la ruta que va del Puerto de Veracruz a la Ciudad de
México, y que tenía como parada obligada la ciudad de Puebla.
El
veintiocho de abril, en Acultzingo, frontera de Veracruz y Puebla, las fuerzas
francesas se enfrentaron a las mexicanas en lo que se conoce ahora como la
Batalla de las Cumbres.
El
General Zaragoza, tras la lucha mandó un parte de guerra al presidente Juárez,
en el que le informaba del resultado del enfrentamiento:
“Se trabó un reñido combate durante tres
horas, habiendo sufrido mucho el enemigo entre muertos y heridos cuyo número es
considerable. Por nuestra parte tuvimos muy pocas desgracias.
Acaso hubiera sido completamente
destruida la columna del centro, si, en los últimos momentos no hubiese
recibido una herida el C. General Arteaga, que personalmente se había encargado
de aquel puesto, cuya circunstancia dio lugar a que comenzara la retirada,
mientras yo visitaba el flanco derecho”.
Tras
el combate, y como resultado del mismo, Zaragoza decidió replegarse a Puebla,
donde esperó al enemigo para enfrascarse en otra batalla.
En
la zona oriental de la ciudad de Puebla, a las faldas del cerro de Belén, donde
estaba el Fuerte de Guadalupe, el conde de Lorencez intentó tomar el fuerte.
“Por
considerarlo como el punto más fuerte de la defensa y cuya pérdida significarla
la calda de las demás posiciones mexicanas”, acorde al artículo sobre la
batalla, realizado por la Secretaría de Gobernación (SEGOB) durante los
festejos del bicentenario.
Los
habitantes de Puebla albergaban ideas conservadoras y gustosamente habrían
recibido al ejército francés, por lo que Zaragoza buscaba repeler a los
invasores a toda costa.
“Las
cantidades más constantes que hemos encontrado, del lado de los mexicanos es
5,350 y 5,450 y en el francés de 5,750 a 6000 hombres” comentó Miguel Díaz
Sánchez, coordinador técnico del Museo Fuerte
de Guadalupe y trabajador de la Secretaría de Educación Pública durante
treinta años.
“Para
la Batalla del 5 de mayo, el General Ignacio Zaragoza organizó cinco columnas
de combate, cuatro de infantería y una de caballería” tuiteó la cuenta
@Historia_México. Las columnas eran comandadas por el General Miguel Negrete
(mil doscientos hombres), Felipe Berriozábal (mil ochenta y dos hombres),
Francisco La Madrid (mil veinte), Antonio Álvarez (quinientos cincuenta) y
Porfirio Díaz (mil hombres).
Apunta
el sargento Cano que el conde de Lorencez actuó con torpeza durante la batalla
pues envió a sus hombres por un terreno agreste y difícil, que aunado a la
lluvia que comenzó a las dos horas de la batalla, hizo imposible que éstos
lograran tomar el Fuerte de Guadalupe. Poco importó que fuera la infantería más
temida de Europa, los zuavos, el mal terreno, la lluvia y el ataque mexicano
mermaron los tres avances franceses.
El
combate duró más de tres horas y culminó a las 15:30 hrs, cuando el General
Zaragoza llamó al General Díaz, quien perseguía, con los cuerpos de su brigada,
a los franceses que se retiraban a Amozoc.
Poco
después Ignacio Zaragoza envió un telegrama a la Ciudad de México, un mensaje
que pasaría a la historia del país: “Las armas nacionales se han cubierto de
gloria. Las tropas francesas se portaron con valor en el combate y su jefe con
torpeza”.
El
nueve de mayo, cuatro días después de la batalla, Zaragoza escribió el sentir
de los poblanos tras el combate: “El enemigo pernoctó en Amozoc y aún a las
siete de la mañana estaba ahí. Nuestra caballería los hostiliza constantemente.
En cuanto al dinero nada se puede hacer aquí porque esta gente es mala en lo
general y sobre todo muy indolente y egoísta. Qué bueno sería quemar a Puebla.
Está de luto por el acontecimiento del 5. Esto es triste decirlo, pero es una
realidad lamentable”.
Del cinco a su muerte.
Después
de la batalla del cinco de mayo, Ignacio Zaragoza siguió en campaña, atacó
constantemente a los franceses que se resguardaron en Amozoc y viajó de Puebla
a la capital.
“Desde aquella
fecha feliz, Ignacio Zaragoza no había tenido un momento de reposo. Infatigable
recorría las posiciones de sus tropas y los campamentos donde se atendía a los
heridos y los numerosos soldados azotados por una terrible epidemia de tifo”,
escribió Raúl González Lezama, quien trabaja en el Instituto Nacional de
Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM).
“La
tifoidea es una enfermedad intestinal que es ocasionada por la ingesta de
alimentos y agua, principalmente agua, contaminados” comentó el Doctor Alfonso
Hernández Murillo, y es una enfermedad que se da mucho en temporada de calor y
lugares insalubres, ambos elementos presentes en las campañas militares, como
la que Zaragoza sostuvo en su momento.
“La
tifoidea tiene una forma de darte muy curioso. Tú puedes estar todo el día
completamente sano. No te sientes mal no te duele nada, pero alrededor de las
cinco, seis de la tarde te dan unos dolores tremendos de espalda, cuerpo
temperatura”, sostuvo Díaz Sánchez al explicar por qué Ignacio Zaragoza cayó
enfermo el 5 de septiembre, cuatro meses después de su victoria, y murió sólo
tres días después.
“Al día
siguiente [el cinco de septiembre] por la noche, el dolor de cabeza y la fiebre
fueron insoportables. A las 11 de la mañana del día 6, comenzó a ser presa de
delirios que lo llevaron a imaginar que se desarrollaba una batalla, por lo que
demandó sus botas de montar y su caballo”, escribió González Lezama en su
artículo La muerte de Ignacio Zaragoza.
El siete,
el día previo a su deceso, el doctor encargado del General, Juan Navarro,
afirmó que no podía salvársele la vida, por lo que en su lecho estuvieron
militares, su madre y su hermana presentes hasta que Zaragoza, en medio de
delirios falleció a las doce y veintiocho de la tarde del 8 de septiembre,
acorde a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).
Se
decretaron honras fúnebres en todo el país, y el presidente Benito Juárez, en
decreto el día 11 de septiembre del mismo año, declaró al General Zaragoza como
Benemérito de la Patria en Grado Heroico.
Casi dos
meses después, el veintitrés de octubre, el periódico francés Le Globe Illustre, dio la noticia en
Francia, de la muerte del General Zaragoza. Pese a errores que ahora serían
garrafales en cualquier periódico, como afirmar que tenía 35 años y que había
nacido en Matehuala, San Luis Potosí, el periódico francés afirma de Zaragoza
que “los soldados franceses estuvieron frente a un hombre enérgico, de una
pronta decisión y de una cierta habilidad”.
Ignacio
Zaragoza fue un gran estratega que murió a corta edad y quedaron incompletos los
planes que pudo haber tenido para el futuro. Francisco Zarco, el escritor
mexicano, escribió “Su nombre no perecerá jamás, será transmitido a las más
remotas generaciones, y figurará al lado de los de Hidalgo y de los padres de
nuestra independencia".
Lo
que es cierto es que su victoria sobre los franceses fue un momento de lucidez
militar mexicana, tan sólo un momento. Ganó la batalla, más no la guerra. Al
año siguiente los franceses tomarían la ciudad de Puebla, el 17 de mayo, tras
dos meses de asedio, y con treinta mil hombres –entre mexicanos y franceses –
instaurarían el Segundo Imperio Mexicano, y nombres como Maximiliano de
Habsburgo y Carlota, su esposa, resonarían por los siguientes cuatro años,
hasta el fusilamiento del emperador en el Cerro de las Campanas el 19 de junio
de 1867.
“La
derrota sufrida por los franceses el año anterior había sido, en realidad, una
retirada, y su poderoso ejército volvió imponiendo su superioridad en un país
que quince años atrás había mostrado debilidad y anarquía”, escribieron Andrés
Lira y Anne Staples.
El
resto, como dicen, es historia, y en el caso del General que derrotara a los
franceses, su legado se muestra en nombres de calles, estaciones de metro,
billetes de quinientos, establecimientos de todo tipo, estados como Coahuila de
Zaragoza y ciudades como la Heroica Puebla de Zaragoza. Irónico por menos que la
nombraran en su honor cuando él, después de defenderla, escribió que hubiera
querido quemarla.
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