Llámenle propaganda histórica, o visión de los vencedores, o visión hollywoodesca de la vida, el caso
es que tendemos a estudiar la historia como si fuera un gran enfrentamiento del
bien contra el mal. Como si, supongamos, Antonio López de Santa Anna fuera el
mal encarnado, un desalmado que disfrutaba ser malvado porque era su mejor
oficio, y a Benito Juárez como San Benito, el héroe, la mayor figura histórica
que personifica al mismísimo bien, casi un ángel caído del cielo, un regalo
para los mexicanos. Y así sucede en la historia de todos los países.
Es lógico, hasta cierto
punto, saber que si lees la historia de los Estados Unidos por algún
historiador norteamericano, lo que leerás es algo que favorezca a los
estadunidenses, o que si lees los nuevos libros de historia revisada, verdadera y sin la intervención de la conservadora
derecha de Taibo II encontrarás tendencias marcadamente izquierdistas. Que
para gustos, cada quien se casa con uno y ahí no discuto, pero quien quiera
conocer realmente la historia, debe escucharla desde todos los bandos que la
escribieron.
A raíz del cinco de mayo, y
del reportaje que salió de él, puedo dar otro ejemplo. Mientras que para los
mexicanos es motivo de orgullo decir que ganamos LA batalla de Puebla, para los
estadunidenses es prácticamente un día de fiesta, un festejo mal entendido como
la independencia de “nuestro patio trasero”. ¿Y para Francia? Sólo significó el
cambió de General. El conde de Lorencez regresó a su país, humillado después de
ver que con seis mil hombres México, él no era el dueño de nuestro territorio,
y en cambio llegó el Mariscal Federico Forey. Por cierto, él, un año y doce
días después del triunfo de Zaragoza, sí tomó Puebla.
Igualmente, buena parte de
las fuentes osan afirmar que el ejército mexicano estaba compuesto de cuatro
mil (a veces menos) soldados y que su contraparte francesa tenía casi seis mil,
con lo que buscan hacer mayor la victoria mexicana. Como comentó Miguel Díaz
Sánchez, coordinador del Museo Fuerte de Guadalupe, o sea el fuerte donde se
libró la batalla en cuestión, las cifras más coherentes son las que mencionan
que la tropa mexicana era de 5400, aproximadamente, mientras que del lado
francés, había cerca de 5700 monsieurs.
O sea, no hay mucha diferencia.
Como mencioné, es natural
exaltar la historia de tu país natal, buscar ese patriotismo que te haga sentir
orgulloso del lugar donde vives, el problema surge cuando se ve a la historia
como una película en la que los buenos son buenos porque la bondad en ellos y
su sacrificio por la humanidad raya en la santidad, y los malos son malos
porque ni el mismo Lucifer los quería en su averno.
A fin de cuentas, cuando se
trata de guerras y eventos históricos, la única lucha que realmente se da es la
de intereses contra intereses. El “yo quiero algo” y lucharé por que suceda y
tú quieres otra cosa y velarás por lograrlo. Y entre que sucede una u otra
cosa, ya nos encarnizamos en una lucha desalmada que se lleva la vida de más de
mil personas, –algunas fervientes seguidoras de mi causa, otras de la tuya
– la mayor parte, inocentes.
Encuentro un buen ejemplo en
la historia de México. Los tlaxcaltecas. Sí, aquel pueblo indígena “traidor a
la santa patria mexicana” que se alió con los gachupines para derrocar al Sacro
Imperio Azteca. Payasadas. Lo que querían los tlaxcaltecas era liberarse del
yugo mexica. Lo que querían Moctezuma y sus súbditos era que Quetzalcóatl y sus
legiones volvieran en sus montañas flotantes a sus lejanas tierras. Lo que
querían los españoles eran tierras para los Reyes Católicos. Ni buenos, ni
malos, sólo intereses.
En conclusión, cada que
alguien viene y me dice que Bush hizo lo correcto al perseguir a Al-Qaeda,
malditos terroristas, que osaron destruir las torres gemelas, o cada que
alguien publica que Hitler es malo por matar a seis millones de judíos (eso
dicen los judíos, para colmo) y dejan de lado a otros tantos asesinos en masa
de la historia, desde Carlomagno hasta Harry Truman, presidente estadunidense
en turno cuando estallaron las bombas atómicas o cada que alguien comenta sólo
un lado de la historia, y orilla la otra versión, puede ir y darle por lejos. Que
es, básicamente, lo que le sugiero a los museos de la tolerancia, entre tantos
otros que no soportan ver, por ejemplo, tres muertos en Boston y olvidan los
asesinatos diarios en Kabul, Damasco o Bagdad. Digo, hay de muertos a muertos.
Hasta la próxima semana.
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