Era ya tarde noche, cerca de
las siete y mis padres y yo regresábamos de un día en el Centro Histórico de la
ciudad. Habíamos salido ya del metro y caminábamos a casa bordeando el parque
que se encuentra frente a ella.
El parque, lugar en el que
pasé algunas cuántas horas en mi infancia, soñando, entre otras cosas, con que
ahí se podría poner un zoológico muy al estilo de Parque Jurásico, es un
pequeño sector de lo que otrora fuera el Bosque de Aragón. También ha sido
objetivo de las malditas empresas constructoras de edificios de apartamentos.
Por fortuna, y espero continúe así, no han obtenido el permiso para destrozar
otra área verde. Regresemos al día en cuestión.
Avanzábamos rápidamente
cuando escuchamos un maullido. Pensé “sí, un gato que anda por aquí, y seguro
que correrá tan pronto nos acerquemos a él”. Avanzamos más y más y el llamado
gatuno seguía ahí. Hasta que por fin observamos la razón.
A un lado de la banqueta, en
un charco (pues era verano y había llovido como suele en esa época), y en una
bolsa de basura negra y de plástico asfixiante, estaba encerrado el pobre gato.
Alguien en un ataque de lo que no puedo describir más que como inhumanidad,
hizo la desalmada acción de meter a un ser vivo en una bolsa y amarrarla para
que éste no pudiera escapar.
Mi padre y yo nos ayudamos
para sacar la bolsa del charco y luego deshacer el maldito nudo. En cuanto la
bolsa estuvo abierta, salió disparado el pequeño gato. Huía de su tortura
producto de la maldad humana. A los diez metros, y ya suficientemente alejado
de nosotros se detuvo y volteo a vernos. Su pelaje, empapado, apenas y cubría a
un cuerpo por demás enflaquecido, torturado y falto de alimento, pero fueron
sus ojos llenos de gratitud y llenos de miedo los que más me sorprendieron. Nos
observó un instante, antes de correr y meterse en la oscuridad del parque
adyacente a la casa. No pude más que desearle mentalmente buena suerte. Que no
volviera a las manos del terrible desgraciado que osó encerrarlo y aventarlo al
agua.
De la historia que les acabó
de relatar son ya casi tres años, y sin embargo, son de esos momentos que a
duras penas logras olvidar. Quisiera
escribir que mi historia es única y que lo que sucedió en ella es algo
excepcional, pero triste y desesperantemente, la maldita violencia humana hacia
animales (y hacia humanos también) sucede con una base tan regular que ni
siquiera los domingos toma de descanso. Y por eso yo pregunto ¿Qué es lo que
nosotros osamos llamar humanidad?
Pero, vamos, la violencia
tiene muchas facetas y quisiera abordar otra más aparte del abandono.
En nuestro humano empeño –y
digo humano porque al resto de los seres vivos les vale un comino – por ganar
dinero, por tener ese sonido constante y metálico en nuestros bolsillos que
sirve para poco más que comprar nuestras vanidades, hemos decidido que está
bien y es perfectamente aceptable vender a cualquier ser vivo que se atraviese
en nuestro camino.
Sea una planta, sea un
insecto, sea un reptil, sea un mamífero o un ave, hemos decidido que privarle a
un ser vivo de la vida en su ambiente natural es algo que debe ser
recompensado. En nuestro intento por dominar absolutamente todo en la tierra,
hemos abaratado la vida y como consecuencia de ello, la estamos destruyendo.
Tengo que hacer una
excepción aquí porque de no hacerlo me tildarán de hipócrita. Los perros y los
humanos han tenido una relación simbiótica, de esas en las que aplica la frase
de “uno para todos y todos para uno”, desde hace cuarenta mil años. Tanto los
unos como los otros nos hemos adaptado a vivir en compañía y este punto es tan
importante que, si de la noche a la mañana desapareciera la humanidad, nuestros
amigos caninos sufrirían las consecuencias y la mayoría no sobreviviría. Algo
similar ocurre con los gatos.
El problema es que es son
nuestros amigos caninos y gatunos los que sufren más la violencia humana. Desde
abandonos inmorales e indecentes como el que conté al principio del blog, hasta
uso indiscriminado de perras que conciban cachorros tan sólo para vivir de la
venta de éstos.
Aquí quisiera escribir una
frase que leí hace un tiempo dentro de Facebook y que dice más o menos así: “Si
quiere dinero, trabaje, pero no la explote que ella no tiene la culpa de que
seas un huevón”. Y vamos, es cierto. Vender cachorros por el puro negocio de
tener dinero rápido y fácil es a lo menos una barbaridad.
Entra en este punto la frase
que cierta personita me mencionó hace algunos días, que decía que “no puedes
andar por la vida regalando a los cachorros porque la gente no aprecia los
regalos. Si lo quieren, que les cueste”. Y sí, tiene razón. No toda la gente
puede o quiere tener un gato o un perro y si no les costó, poco les importará
cuidarlos.
Así que nos enfrentamos a un
problema de qué hacer. Por un lado, en mi particular punto de vista, el
comercio con seres vivos es una actividad atroz en toda la extensión de la
palabra. Por el otro, dado que ciertos animales están ya acostumbrados a
convivir con el humano y a nosotros nos place tenerlos a un lado, hay que
encontrar un balance para esta convivencia.
Está claro que no todos son aptos
para poseer animales, pero también está claro que la codicia de ciertos grupos,
como +Kota y todos esos cabrones que poco les importa algo más que no sean los
centavos, están llevando a este mercado a un lugar terrible. ¿Qué futuro puede
tener un perrito de dos meses que merece un hogar donde jugar, dormir y comer,
cuando lo venden a cuarenta mil pesos? ¿Quién en nuestra situación actual puede
darse el lujo de pagar tal cantidad de dinero? Y por último dos preguntas: ¿Qué
pasa con todos los animales que nadie pudo o quiso comprar? ¿Qué pasa con todos
los animales que son hijos de la calle, hijos del abandono, hijos de la peor de
las miserias en una ciudad, que es la indiferencia humana frente al prójimo
humano y animal?
Lectores, como dije, la
violencia tiene muchas facetas. Pero el abandono y la codicia son por sobre
todas, las que más me preocupan. Quisiera salvar a todos los animales porque,
lo admito, me caen mucho mejor que los humanos. Son más leales y honestos que nuestra
mezquina sociedad.
Hasta la próxima.
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