martes, 19 de marzo de 2013

Sobre lo que los humanos osamos de llamar humanidad. I


Era ya tarde noche, cerca de las siete y mis padres y yo regresábamos de un día en el Centro Histórico de la ciudad. Habíamos salido ya del metro y caminábamos a casa bordeando el parque que se encuentra frente a ella.

El parque, lugar en el que pasé algunas cuántas horas en mi infancia, soñando, entre otras cosas, con que ahí se podría poner un zoológico muy al estilo de Parque Jurásico, es un pequeño sector de lo que otrora fuera el Bosque de Aragón. También ha sido objetivo de las malditas empresas constructoras de edificios de apartamentos. Por fortuna, y espero continúe así, no han obtenido el permiso para destrozar otra área verde. Regresemos al día en cuestión.

Avanzábamos rápidamente cuando escuchamos un maullido. Pensé “sí, un gato que anda por aquí, y seguro que correrá tan pronto nos acerquemos a él”. Avanzamos más y más y el llamado gatuno seguía ahí. Hasta que por fin observamos la razón.

A un lado de la banqueta, en un charco (pues era verano y había llovido como suele en esa época), y en una bolsa de basura negra y de plástico asfixiante, estaba encerrado el pobre gato. Alguien en un ataque de lo que no puedo describir más que como inhumanidad, hizo la desalmada acción de meter a un ser vivo en una bolsa y amarrarla para que éste no pudiera escapar.

Mi padre y yo nos ayudamos para sacar la bolsa del charco y luego deshacer el maldito nudo. En cuanto la bolsa estuvo abierta, salió disparado el pequeño gato. Huía de su tortura producto de la maldad humana. A los diez metros, y ya suficientemente alejado de nosotros se detuvo y volteo a vernos. Su pelaje, empapado, apenas y cubría a un cuerpo por demás enflaquecido, torturado y falto de alimento, pero fueron sus ojos llenos de gratitud y llenos de miedo los que más me sorprendieron. Nos observó un instante, antes de correr y meterse en la oscuridad del parque adyacente a la casa. No pude más que desearle mentalmente buena suerte. Que no volviera a las manos del terrible desgraciado que osó encerrarlo y aventarlo al agua.

De la historia que les acabó de relatar son ya casi tres años, y sin embargo, son de esos momentos que a duras penas logras olvidar.  Quisiera escribir que mi historia es única y que lo que sucedió en ella es algo excepcional, pero triste y desesperantemente, la maldita violencia humana hacia animales (y hacia humanos también) sucede con una base tan regular que ni siquiera los domingos toma de descanso. Y por eso yo pregunto ¿Qué es lo que nosotros osamos llamar humanidad?

Pero, vamos, la violencia tiene muchas facetas y quisiera abordar otra más aparte del abandono.

En nuestro humano empeño –y digo humano porque al resto de los seres vivos les vale un comino – por ganar dinero, por tener ese sonido constante y metálico en nuestros bolsillos que sirve para poco más que comprar nuestras vanidades, hemos decidido que está bien y es perfectamente aceptable vender a cualquier ser vivo que se atraviese en nuestro camino.

Sea una planta, sea un insecto, sea un reptil, sea un mamífero o un ave, hemos decidido que privarle a un ser vivo de la vida en su ambiente natural es algo que debe ser recompensado. En nuestro intento por dominar absolutamente todo en la tierra, hemos abaratado la vida y como consecuencia de ello, la estamos destruyendo.

Tengo que hacer una excepción aquí porque de no hacerlo me tildarán de hipócrita. Los perros y los humanos han tenido una relación simbiótica, de esas en las que aplica la frase de “uno para todos y todos para uno”, desde hace cuarenta mil años. Tanto los unos como los otros nos hemos adaptado a vivir en compañía y este punto es tan importante que, si de la noche a la mañana desapareciera la humanidad, nuestros amigos caninos sufrirían las consecuencias y la mayoría no sobreviviría. Algo similar ocurre con los gatos.

El problema es que es son nuestros amigos caninos y gatunos los que sufren más la violencia humana. Desde abandonos inmorales e indecentes como el que conté al principio del blog, hasta uso indiscriminado de perras que conciban cachorros tan sólo para vivir de la venta de éstos.

Aquí quisiera escribir una frase que leí hace un tiempo dentro de Facebook y que dice más o menos así: “Si quiere dinero, trabaje, pero no la explote que ella no tiene la culpa de que seas un huevón”. Y vamos, es cierto. Vender cachorros por el puro negocio de tener dinero rápido y fácil es a lo menos una barbaridad.

Entra en este punto la frase que cierta personita me mencionó hace algunos días, que decía que “no puedes andar por la vida regalando a los cachorros porque la gente no aprecia los regalos. Si lo quieren, que les cueste”. Y sí, tiene razón. No toda la gente puede o quiere tener un gato o un perro y si no les costó, poco les importará cuidarlos.

Así que nos enfrentamos a un problema de qué hacer. Por un lado, en mi particular punto de vista, el comercio con seres vivos es una actividad atroz en toda la extensión de la palabra. Por el otro, dado que ciertos animales están ya acostumbrados a convivir con el humano y a nosotros nos place tenerlos a un lado, hay que encontrar un balance para esta convivencia.

Está claro que no todos son aptos para poseer animales, pero también está claro que la codicia de ciertos grupos, como +Kota y todos esos cabrones que poco les importa algo más que no sean los centavos, están llevando a este mercado a un lugar terrible. ¿Qué futuro puede tener un perrito de dos meses que merece un hogar donde jugar, dormir y comer, cuando lo venden a cuarenta mil pesos? ¿Quién en nuestra situación actual puede darse el lujo de pagar tal cantidad de dinero? Y por último dos preguntas: ¿Qué pasa con todos los animales que nadie pudo o quiso comprar? ¿Qué pasa con todos los animales que son hijos de la calle, hijos del abandono, hijos de la peor de las miserias en una ciudad, que es la indiferencia humana frente al prójimo humano y animal?

Lectores, como dije, la violencia tiene muchas facetas. Pero el abandono y la codicia son por sobre todas, las que más me preocupan. Quisiera salvar a todos los animales porque, lo admito, me caen mucho mejor que los humanos. Son más leales y honestos que nuestra mezquina sociedad.

Hasta la próxima.

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