Hace
dos semanas aproximadamente, y en la premura de conseguir entrevistas para
elaborar un reportaje sobre el Templo Mayor, que luego subiré a este espacio,
Jhonathan (sí, con “h” antes de la “o”) y yo tuvimos una plática muy amena con
el buen José Guadalupe Martínez, o para los iniciados de la FES Acatlán,
Lupillo.
Entre
todo lo que surgió durante la media hora de charla, en la que adelantamos la
fundación de Tenochtitlán al 1100 y criticamos a nuestros amantes de Cioran
(los que están con los pobres sólo por ser pobres) y su indigenismo un tanto
absurdo, el historiador nos afirmó que de historia prehispánica no conocemos
más allá de la espectacularidad de sitios como Teotihuacán, Chichen Itzá y
Templo Mayor… Digo ¿A quién le importa un recinto ceremonial perdido en la
sierra de San Luis Potosí, cuando Chichen es de las nuevas maravillas del mundo,
Teotihuacán tiene nuevos descubrimientos y el Templo Mayor es uno de los
últimos vestigios de una ciudad tan bella como pocas, acorde a los españoles
que la conocieron en 1519?
Pongamos
de lado el hecho de que son los monumentos icónicos de una parte de la historia
de nuestro país. Que son los best-sellers, junto con Palenque y Monte Albán,
quizás. El asunto tiene un poco más de paja y se las daré con un dato duro, de
esos que sólo admiten un tono de sorpresa o de amargura. En México hay cerca de
140,000 sitios arqueológicos conocidos, de los cuales, sólo 160 están abiertos.
Ciento sesenta de ciento cuarenta mil. ¿De puta madre no?
Seguro dirán “Es culpa del gobierno y del INAH con sus pinches trámites burocráticos”.
Sí, todo mundo piensa lo mismo cuando se entera que se le oculta algo de tal
magnitud. Y es aquí donde suelto otra de las frases de Lupillo. Dijo que el
presupuesto del INAH era de 2 mil millones de pesos anuales, de los cuales sólo
600 millones son para investigaciones, pues lo demás se va en salarios y demás
gastos del oficio. Pero 600 millones son aún una lana, ¿no?
Pues
resulta que para restaurar doscientos metros cuadrados de una iglesia (la de
Corpus Christi, frente al Hemiciclo a Juárez) el INAH gastó 20 millones de
pesos, y para restaurar las paredes del mismo recinto y los mismos doscientos
metros cuadrados, el gobierno gastó otros 20 millones de pesos. Cuarenta
millones en un pequeño espacio de una iglesia que no es, ni por mucho, de las
más importantes… 600 millones no son nada en este mundo de la arqueología y
restauración.
Ahora,
con la cantidad increíble de sitios arqueológicos que hay en el país, es lógico
suponer que de intentar restaurarlos todos, México quedaría en bancarrota. Bien
conservada nuestra historia, pero sin un quinto para poder visitarla. Así que
esta noche podrán decir tranquilamente que no todo es culpa del gobierno… no
todo, pero sí una parte.
“Al
gobierno no le importa, prefiere hacer algo que luzca más” comentó Lupillo,
quien además es coordinador de archivos históricos en el INAH. Y, ¿Qué luce más
que súper autopistas que terminen de conectar a nuestro extenso país, o
edificios con tecnología de punta que alberguen a una bola de huevones
lamebotas con obscenos salarios? Seguramente entre las pocas cosas que puedan
lucir más que lo anterior mencionado, no destaca ni por mucho la historia y sus
antiguas reliquias de museo; así que no será en mi vida el día en que el
gobierno se proponga recuperar nuestro patrimonio histórico antes que cumplir
un capricho innecesario de hombres innecesarios.
Citaré a cierta película del
fifth of november, pues no todo es
repartir sentencias entre nuestros ineptos gobernantes. Si quieren buscar a los
verdaderos culpables, sólo tienen que mirar al espejo. Si existe un pueblo más
desinteresado en su propia historia que el de México, que por favor me lo
presenten. Mientras llegan tal día y el día del apocalipsis (que serán el
mismo, por cierto), mantendré mi tesis, nada original, de que nuestra falta de
conocimiento histórico se debe a un terrible desinterés por conocer las piedras
que han marcado nuestro camino, aunado a una educación deficiente producto de
una consciente táctica gubernamental. Como explicó Lupillo al referirse a
nuestra historia, “es un arrastradero, no la conocemos y no le metemos dinero.
No le metemos dinero, no la conocemos. En este círculo pernicioso, finalmente
la gran mayoría de la sociedad no la aprecia. Se maravillan solo con las cosas
muy grandes. Chichen Itzá, Teotihuacán, etc. pero no con el conjunto”.
En conclusión, no caería mal a ningún
mexicano, hojear y leer un libro de historia. Dejar de lado que al conocer
nuestra historia seremos capaces de mejorar nuestro futuro. Hay que hacerlo
porque el conocerla nos regresará una cultura que perdemos a manos de nuestro
mundo de alta velocidad. Conocerla nos abre las puertas, la vida y las
anécdotas de gente que existió, pensó, amó y disfrutó. Gente que vivió en esta
misma tierra, tan llena de hermosura, deshecha por la ignorancia.
De
pequeñas anécdotas que no
valen más que cultura…
Érase una vez un virrey de
la mayor colonia española, Nueva España, que antes de ostentar el título de
gobernante, combatió contra los ingleses, recuperó la ciudad de Penzacola y la
Florida a España y de paso apoyó la independencia de las 13 colonias inglesas,
más tarde el gabacho Estados Unidos de América. ¿Quién era este militar,
político, español? Bernardo de Gálvez y Madrid.
Declarado el mejor virrey de
la Nueva España en el siglo XVIII por Pérez-Reverte, escritor español oriundo
de Cartagena, Gálvez y Madrid destacó por darle en la torre a los ingleses allá
en el lejano 1779, cuando, apoyado por mil cuatrocientos españoles y otros
tantos más entre negros esclavos, aventureros e indios, tomó los fuertes de
Manchak, Baton-Rouge y Natchez.
Al año siguiente tomó
Mobile, en la actual Alabama, de las manos del general escocés John Campbell.
Un año después, de nuevo se vio las caras con Campbell, esta vez para recuperar
la ciudad de Penzacola, y de paso la Florida con el Tratado de Versalles en
1783.
No sólo eso, sino que fue el
político encargado de pláticas con Washington y el resto de los padres
fundadores de nuestros vecinos norteños, ya que España veía con buenos ojos la
independencia estadunidense. Y en este cariz, también cabe recalcar que bloqueó
el puerto de Nueva Orleans a despecho del inglés y facilitó el paso a las
tropas independentistas.
Con dicho currículum, en
1785 fue nombrado Virrey de la Nueva España a la muerte del anterior, que
además era su padre, el señor Matías de Gálvez y Gallardo.
Gálvez y Madrid sólo sería
virrey hasta el siguiente año, en el que murió, dicen las sospechas,
envenenado. Pero nada quita que durante su corto mandato prosiguió varios
proyectos anteriores como la iluminación de las calles, el progreso del
Castillo de Chapultepec y un gran apoyo a la ciencia. Tremendo hijo de la
ilustración que no es conocido ni en México ni en España.
De
un venezolano…
Pues, el tiempo y la
enfermedad lograron su cometido el día de hoy, cinco de marzo del 2013, murió
Hugo Chávez.
Para muchos pro estadunidenses,
así como el día que se anunció la muerte (jamás comprobada) de Bin Laden, es un
día de algarabía pues el dictador con catorce años en el poder que tanto le ha
negado al pueblo venezolano por fin se ha ido.
Para buena parte del pueblo
venezolano que lo ha mantenido en el poder desde 1999 hoy es un día triste, de
luto entendible y es posible que a partir de hoy un nuevo ídolo haya nacido. Una
nueva pared del edificio A-8 de la FES Acatlán será pintada con una frase
célebre y el rostro de Chávez y hará compañía a los clásicos Luther King,
Barrientos, Villa y algunos más.
Pero sobre todo, antes de
hablar de lo bueno o lo tirano que fue el señor, hay que mantener un poco de
respeto, de decencia ante la muerte de un ser humano que, como todos, tenía
familia y, como todos, será extrañado y llorado por alguien.
Y ahora un nuevo futuro aún
entre la neblina de una confusión general se avecina en Venezuela. Este futuro
aún está por verse si será bueno o malo. Mientras tanto hay un nuevo nombre en
la silla presidencial de Venezuela, Nicolás Maduro. Y val la pena recordarle,
pues Chávez pidió al pueblo venezolano, a principio de año, que lo nombraran su
sucesor.
Hasta
la próxima semana.
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