¡Qué
ondeen las banderas! ¡Qué el pueblo celebre! ¡Qué los presidentes exclamen a su
pueblo ¡Viva!! Felicidades al antiguo Virreinato de la Nueva España, es decir,
el actual México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y los
ahora territorios de Estados Unidos, California, Nuevo México, Texas, Arizona,
Nevada y partes de Utah y Colorado. Hoy hace 192 años consiguieron su
independencia de la Corona Española. No era el plan original, pero lo consiguieron.
La
mayoría de los mexicanos lo aprendimos en la primaria y lo recordamos – que es
lo peor – y sin embargo no lo razonamos; “el veintisiete de septiembre de mil
ochocientos veintiuno entró el Ejército Trigarante, comandado por Agustín de
Iturbide a la Ciudad de México y consumó la independencia de la Nueva España”.
Es más, casi lo puedo recitar con el sonsonete de niño de ocho años.
Después
de una década de desestabilización social no sólo aquí sino también en España y
en todo el continente hispanoamericano, Agustín de Iturbide, Vicente Guerrero y
Juan O’Donojú, último virrey en estas tierras, llegaron a un acuerdo, y el 24
de agosto firmaron, en Córdoba, Veracruz, el Tratado con el cual se reconoció
la Independencia del Imperio Mexicano. Sí, Imperio y sí, independiente. ¿Pero,
a quién se le ofreció la corona de la recién estrenada nación?
Cito
a Alfredo Ávila y a Luis Jáuregui, que en su capítulo “La disolución de la
Monarquía Hispánica y el proceso de Independencia” en el libro del Colmex
“Nueva Historia General de México” comentan “La corona se ofreció a Fernando
VII o a algún miembro de su familia, aunque se reservaba a las Cortes
Constituyentes que habrían de reunirse la decisión de elegir emperador en caso
de que ningún Borbón aceptara”. Así que, como mencioné antes, no era el plan per se conseguir la independencia de la
Corona Española, sin embargo, lo consiguieron.
Poco tiempo después comenzó el primer Imperio
Mexicano, que viviría un ínfimo lapso, pues el 19 de marzo de 1823 se vio
obligado a abdicar, luego de que el congreso y el ejército –entre ellos Santa
Anna que ya empezaba a figurar en la historia mexicana del siglo XIX –
promulgaran el Plan de Casa Mata. El emperador se exilió y salió del país el 11
de mayo del mismo año en la fragata inglesa “Rowllings”.
Un
año después –sin saber que de regresar al país sería fusilado – Iturbide volvió
y lo pasaron por las armas el día 19 de julio. Sus descendientes aún viven en
la ciudad australiana de Perth y al menos de
facto son reconocidos por algunos estados, como El Vaticano, como la
Familia Real Mexicana, los Götzen Iturbide Franceschi.
Y
así como la familia de quien consiguiera la Independencia de México y
Centroamérica está en el exilio, en el exilio está nuestra memoria histórica y
tachamos a Iturbide de villano, así como a Díaz y a Maximiliano. En cambio a
Juárez lo enaltecemos como héroe sólo porque tuvo la fortuna de morirse antes
de convertirse en el malo (sí, cité al segundo filme de la última trilogía de
Batman).
El
otro día un profesor mencionó que no existe una historia “oficial”. Difiero, sí
existe una. La que el régimen vigente desde la década de 1930 nos ha enseñado a
los mexicanos y que consiste en ennoblecer, llevar a la gloria, magnificar a
hombres como Hidalgo, Juárez y Cuauhtémoc; y hacernos odiar lo norteamericano,
los imperios y sobre todo, lo español. Favorecen uno de nuestros orígenes en
desprecio del otro. Y bueno, entre estas víctimas de nuestro gobierno, está
quien verdaderamente proclamara la Independencia de los Estados Unidos
Mexicanos. Así que, ¡Viva México!... ¿Viva?
Hasta
la próxima semana.
Nota:
Me es indiferente que argumenten que fue Porfirio Díaz quien movió la
celebración de Independencia del 16 al 15 para hacerla coincidir con su
cumpleaños. ¿Por qué? Porque Iturbide decidió entrar a la Ciudad de México el
día de su cumpleaños, sí, el 27 de agosto. Así que, sea como sea, nuestras
celebraciones se darán en los natalicios de dos de nuestros grandes personajes
históricos. Uno de ellos, para mí, el mayor.