El
21 de agosto del año en curso más de mil personas murieron después de que
alguien perpetrará un ataque con armas químicas contra la población civil allá
en Damasco, capital de Siria. Todos, absolutamente todos se acusaron
mutuamente. Algo así como el juego de la papa caliente. Al-Assad acusó a la
oposición, la oposición acusó a Al-Assad. Estados Unidos y “Occidente”
demandaron respuestas al régimen, Rusia y “Oriente” defendieron al presidente
sirio. El caso es que el mundo se puso a un paso de la guerra. ¿Y ahora? Bueno,
pues Obama busca una guerra que no le conviene, con aliados impensables y su
imagen no está en su mejor momento. Veamos un “panorama”.
Reino
Unido – principal aliado norteamericano – se bajó del tren, después de que el
Parlamento británico rechazara el plan
del primer ministro, Cameron, y tomó la decisión de esperar al informe de la
ONU; la población estadunidense ya no se cree el cuento de defender la
democracia mundial. Ya lo creyeron dos veces, en Afganistán e Irak; y por
último, la OTAN, organización que el año pasado fuera la que tomara la acción
conjunta contra Libia y el régimen de Gadafi , asumió su postura. Rasmussen, ex
ministro danés y secretario general de la OTAN, dijo que respetarán las
decisiones individuales de cada nación perteneciente al grupo pero que la
organización no prevé un papel adicional en Siria.
Y la
trama se complica. Obama, premio Nobel de la Paz, tiene que encontrar la
justificación perfecta – que no viole los decretos de la ONU respecto a los
actos de guerra autorizados – para poder declarar la guerra en contra de su
peor enemigo, que en este momento es el gobierno sirio. Y como en la política
no hay amigo eterno ni enemigo que dure mil años, paradójicamente AlQaeda, sí,
la organización “responsable” de los ataques al WTC y al Pentágono, sería
aliada del presidente estadunidense. Los antiguos rivales pugnan por el mismo
bando dentro del problema sirio: el Ejército Sirio Libre.
Dentro
de Estados Unidos, la opinión es claramente dividida. Michael E. O’Hanlon,
especialista en política exterior y asuntos militares de la Institución
Brookins, comentó a la revista Proceso que, de atacar militarmente el gobierno
de Obama al régimen sirio y triunfar, “Estados Unidos recobraría credibilidad”.
Contrario a lo que escribió Edward N. Luttwak, investigador del Centro de
Estudios Estratégicos Internacionales, en el diario The New York Times, explicó, palabras más palabras menos, que al
vecino del norte no le conviene que triunfe ninguna facción y por lo tanto lo
inteligente sería apoyar a la oposición hasta que se comience a alzar como
vencedor, entonces cortarle el suministro. “De esta forma, cuatro enemigos
(Irán, Siria, Hezbolá y Al Qaeda) quedarían amarrados a la guerra,
imposibilitados de atacar a Estados Unidos y sus aliados” dijo. (Cita que saqué
del reportaje de Témoris Grecko en Proceso de esta semana).
Así
que Barack Obama se enfrenta a una crisis de imagen que no se esperó jamás.
Ahora se le ve indeciso y se le cuestiona su autoridad (sí, al mismísimo
presidente norteamericano, vaya usted a creer). Entre su Nobel, ahora más que
cuestionado, y la reputación de su país; entre el espaldarazo de su principal
aliado y de las dos organizaciones más importantes en Occidente, la ONU y la
OTAN; entre saber que su poder armamentístico es mayúsculo, pero que se
enfrentaría a poderosos enemigos. En palabras de Grecko, “La Guerra Fría,
reeditada en clave musulmana”, en caso de darse, obviamente.
Hasta
la próxima semana.
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