martes, 9 de abril de 2013

De más viajes por nuestra inmensa república.


El norte de Morelos, el estado vecino del sur de nuestro D.F., amenaza con convertirse en una larga mancha urbana. El pueblo que alguna vez fue Atlatlahucan, por ejemplo, está ya muy unido a lo que es Cuautla, gracias a la carretera y a los muchos changarros que adornan el camino. Lo mismo pasa si uno se dirige a Villa de Ayala. Uno jamás sale de Cuautla cuando ya le anuncian que se encuentra en la aledaña población.

Pero aún así, aunque en treinta años y con nuestro desproporcionado aumento poblacional, creo que estos pueblos mantendrán su magia; magia que a buena parte de ellos les haya valido el mote de “La ruta de los conventos”.

Su escritor de lápiz ha tenido muchas felices ocasiones de poder visitar el estado de Morelos. Principalmente el norte. Uno diría, “un estado tan pequeño debería ser fácil de recorrer”, pero llevo ya tres años dando tumbos de pueblo en pueblo y aún no conozco ni por encima la parte sur de la región.

Durante los ya mencionados tres años, he visto bastantes curiosidades que son dignas de mención, de igual forma me he encontrado con lugares maravillosos que merecen el recuerdo.
La región que comprende el noreste de Morelos es un valle inmenso, que desde las montañosas calles de Tlalnepantla, un pueblo que colinda con el Estado de México, por la carretera que lleva a Xochimilco, se observa con magnifico detalle.



Cerca al pueblo de Tlalnepantla, que como mayor atributo tiene su panorama, se encuentran los pueblos de Tlayacapan y Totolapan. En el primero, la gente es conocida como los “cazueleros”, mote ganado por su principal venta, las cazuelas. Y también, comentó Marisela, guía en Totolapan, cuando a alguien que sea particularmente “payaso” le dicen cazuelero por inútil, feo y frágil.

En Totolapan, fuera de Marisela, que es una excelente guía y conocedora de la historia de su pueblo, hay un convento –como en la mayoría de los pueblos que mencionaré – agustino del siglo XVI. ¿La particularidad del convento? Bueno, como en todo buen lugar religioso con historia, ahí se apareció un Cristo que, en los albores de esta casa de Dios, un ángel disfrazado de indio regaló al pueblo. Vayan ustedes a saber cuál es la verdadera historia. Lo que es cierto es que el Cristo aparecido tiene quinientos años de historia y casi fue destruido por órdenes de Benito Juárez allá por 1862.



Cerca de Totolapan está Atlatlahucan, pueblo pintado de rojo y amarillo y con un letrero en su convento que me hace ver que las ideas –ahora descabelladas y retrógradas – del siglo XIX y anteriores, siguen presentes y gracias a su santa iglesia por darme cinco minutos de risa y hacer que el viaje al pueblo en cuestión valiera la pena.

A la entrada de la iglesia, y como bienvenida a todo visitante de este recinto sagrado, una hoja de papel decoraba la puerta. La hoja rezaba más o menos las siguientes reglas: la iglesia es la casa de Dios, no un sitio de reuniones sociales; aquí se viene a rezar, no a platicar con los amigos, favor de irse si lo que quieren es hablar (al fin que ni quería compadre, hay un bar a dos calles); en la iglesia no se saluda de beso, de mano, de abrazo. Si quieren saludar a su prójimo absténganse de lo anterior y por favor sólo hagan una leve inclinación con la cabeza en señal de saludo (cual japoneses, ¿Por qué no?); las mujeres que vengan a la casa del señor no podrán usar ropa obscena como mini faldas o playeras con escote (los hombres ya tenemos suficiente con deleitarnos con su belleza natural de ustedes, hijas de Eva, aún cubiertas cual invierno ruso, para que ustedes vengan y nos muestren más carne de la debida, híjole). Favor de venir con faldas largas y cubrirse la cabeza con un velo negro al entrar; absténganse de coquetear o besarse dentro de la iglesia o en el atrio (por Dios, es la casa del señor y el amor está prohibido). Y demás reglas prepotentes que dejan entrever una iglesia antigua que no se adapta a los cambios. Cosa que no sabíamos, ¿verdad? Ahora veremos si Papa Pancho logra modernizar a la santa señora vaticana… Mientras tanto, como me reí con el letrero de la iglesia de Atlatlahucan.

 Al salir del pueblo mocho y seguir por la carretera hacia al sur, hacia a Cuautla, está la desviación para Yecapixtla. Sí, el pueblo de la cecina. ¡Y qué cecina tan más rica! Ese, por supuesto es su mayor atributo, junto con otro convento más que vale muchísimo la pena. Con unos frescos muy bien conservados, y el muro original que rodea a la iglesia, es un sitio que no defrauda. Digo, comida e historia y yo soy un hombre feliz.



Relativamente cerca de Yecapixtla hay un pueblo que se llama Tetela del Volcán al que fui hace un año, exactamente por las fiestas de semana santa. El pueblo, ubicado en una loma que por lo consiguiente hace cansada la subida, tiene un convento que calificaría de regular. Ni muy muy ni tan tan. Pero hace un año tuve la oportunidad de observar toda la parafernalia desplegada por el pueblo para festejar todo su embrollo religioso.

Había hombres con máscaras muy elaboradas, los llamados sayones, que representan a los legionarios romanos que actuaban junto con algún Cristo, que se me perdió entre la multitud de enmascarados, la crucifixión y también observé la representación del ahorcamiento de Judas.

Pero la fiesta continuaba fuera de la iglesia. Desde los muros del convento la gente se trepaba para ver la procesión, y entre la multitud destacaba un policía. Un viejo policía con un traje café -un tamarindo- de los que se observan en las películas de antaño. Y en una de las mangas de la chamarra se leía: “Policía motorizado”… Pero ¡Oh ternura! cuando observé su vehículo todo terreno, motorizado, de miles de caballos de fuerza, último modelo, recién salido del taller con la verificación autorizada… Un burro.

Y por esta semana terminaré, porque platicar de todos los pueblos morelenses, aunque sea muy superficialmente, nos podría llevar un largo tiempo. Será pronto cuando retome el viaje y platicaré de Ocuituco, Oaxtepec, Cuautla, Villa de Ayala, Chinameca y su milagrosa renovación, Chalcatzingo, Yautepec, etc…

Hasta la próxima semana.

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