¿Qué es más preocupante? Por
un lado tenemos que sólo el 8% de los 130 mil aspirantes que realizaron el
examen de admisión de la UNAM en febrero aprobaron y por el otro tenemos que el
famoso pase reglamentado alivia las almas de miles de egresados de CCH y las
prepas.
Mi problema con el pase
reglamentado es el siguiente: Hay gente que tarda en salir de la preparatoria
de cuatro a seis años y aún así entran de forma directa, sin escalas técnicas
ni exámenes engorrosos que sacan úlceras. Seis años y tienen el cinismo de
decir que el lugar que tienen dentro de la universidad está bien ganado. Después
de seis años en cualquier otro país te dan las gracias y te ponen a trabajar
con todas las de la ley…
Sé que probablemente hiera
susceptibilidades pues estoy rodeado de CCHeros ahí en la Facultad, pero con
todo respeto, si la universidad quisiera recuperar su lugar como la mejor de
América Latina y de las más reconocidas del mundo, debería, como mínimo, exigir
a sus alumnos preparatorianos que hagan el examen de admisión. Porque luego
tenemos gente en las aulas universitarias a las que el conocimiento les vale un
reverendo pepino. Y sí, por eso las instalaciones dejan tanto que desear. Digo,
si al salir en tres años de CCH o prepa tienes 9.5 de promedio o más, pues
bienvenido porque tú sí te ganaste tu lugar en la universidad.
Es una premisa muy sencilla
(que no aplica en todos los casos, claro está): Si te ganas tu lugar a pulso,
respetas y cuidas lo que con trabajo conseguiste. Si te regalan tu pase y te
ponen en bandeja de plata todo, poco interés le prestas y ningún cuidado le
das.
Pero el problema – como
siempre – no sólo es de un lado. También hay que observar que sólo 10 mil 916
aspirantes de los 126 mil 753 que presentaron el examen lograron ser admitidos
en la Máxima Casa de Estudios.
El número es alarmante por
sí solo porque pone a pensar que la educación en México está peor de lo que
parece. Y, de nuevo me parece menester recordarlo, a lo que yo me refiero con
educación no es sólo la impartida por los maestros en las aulas de clase, sino
a la familiar que es, al final, la que inculca los verdaderos valores en los
jóvenes.
Un maestro puede realizar
bien su trabajo, ser alguien que aproveche el poco tiempo que pueda durar su
lección para instruir a sus alumnos, pero si en casa los padres poco se
interesan por incentivar la curiosidad del escuincle pues estamos fritos y sólo
8% aprueban un examen general de conocimientos que sí, es estresante y mantiene
en vela a más de uno.
Y conforme avanza la vida de
un estudiante, conforme crece, la curiosidad que los padres le generen debe
complementarla él o ella con lo que más le plazca aprender. Eso, a mi punto de
vista, es educación, y eso es lo que más falta en este país. No faltan
profesores, que buenos hay bastantes aunque también los haya revoltosos y
huevones, lo que falta es lectura y curiosidad en casa, educación familiar.
Y es, a fin de cuentas,
nuestra falta de educación la que provoca ambos problemas sobre los que verso
el día de hoy. Es por eso que la UNAM (y el Poli, y el Tec, etc.) cae sitios y
sitios dentro de la educación mundial. Porque no saber dónde está Tabasco –
recuerdo de cuando estudiaba Turismo – y llamarte universitario es una
verdadera hipocresía.
Hasta la próxima semana.
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