Ensalzar a Corea del Norte
sólo porque se atrevió a encarar a los Estados Unidos me parece una franca
estupidez. Es observar el conflicto desde un punto de vista muy sesgado por un
odio –quizás históricamente justificado – que tenemos hacia nuestros vecinos
del norte.
Hay que recordar que la
península de Corea solía ser una provincia japonesa y que al capitular Japón al
finalizar la segunda guerra mundial, la Unión Soviética tomó la parte norte de
la península y Estados Unidos abogó por una separación en dos países. Divídelos
y vencerás. El norte entonces quedó stalinizado,
mientras que el sur quedó capitalizado.
En pocas palabras ninguna de
las dos Coreas quedó libre de pecado. Seguir las enseñanzas de Stalin es
idolatrar los genocidios de un comunismo que es tan asesino como Estados Unidos
en sus estúpidas guerras contra Irak, Vietnam, Afganistán, etc. Por el otro
lado, seguir las enseñanzas de un capitalismo norteamericano es caer en una
incultura (porque el capitalismo nos priva de algo esencial, la cultura) y caer
en la vorágine avasalladora del consumismo a toda costa. Pese a esto, ambas
Coreas tienen un punto fuerte en la educación.
Durante los pasados cuatro
días hemos escuchado mucho sobre el estado de guerra latente en la península y
hemos leído amenazas norcoreanas, surcoreanas, estadunidenses, deseos rusos de
paz, y una constante desinformación que no lleva a nada. La verdad es: si
alguno de los dos países beligerantes se atreviera –porque una cosa es hablar y
otra es actuar – a tomar una verdadera acción militar, se desencadenaría un
juego político y militar devastador.
Ya lo he mencionado en
ocasiones anteriores –desde antes que naciera el blog – en caso de una tercera
guerra mundial, habría dos ejes: El clásico eje Washington-Londres-París, al
cual se incluirían Israel, la decadente Unión Europea, Corea del Sur (obvio) y
quizás Japón. En el otro extremo se pinta el que, para nosotros occidentales
entetanizados, sería el bando de los malos
(como si en la guerra hubiera buenos y malos), y estaría formado por un eje
principal Moscú-Pekín-Teherán, con la obvia inclusión de Corea del Norte y la
posible anexión del resto del BRICS, Brasil, India y Suráfrica. Posible, nada
más.
Ahora, ninguna guerra es
buena –que no es lo mismo que decir que en política no sean necesarias –, por
lo tanto, pese a todo lo que podamos esgrimir los defensores de la utópica paz
mundial, una guerra mundial –en política, dejen aclaro – es la única mentada
solución a su estancamiento actual. Y llegará, quizás no este año, quizás no el
siguiente, pero dentro de los próximos diez años es altamente probable un
enfrentamiento bélico de grandes magnitudes. ¿Pesimista? No, tristemente
realista.
-¿Pero compadre, qué no hay soluciones
amistosas y pacíficas?
-No, somos humanos. Y humano
quiere decir que si algo me estorba, lo quito de mi camino y me vale madres que
sea. Así que, deja te cuento que de desatarse esta maldita guerra que se
vislumbra, al finalizar sólo nos quedaríamos con mirruñas de lo que alguna vez
fuimos. Y la tierra, ni se diga. ¿Qué bien puede hacerle a la tierra, a la
naturaleza una bomba nuclear? ¿Qué culpa tiene la vida de que nosotros tengamos
“inteligencia” y creamos que somos los elegidos de Dios para dominar todo?
¿Quién es más culpable que la humanidad?
Por eso comencé con mi
afirmación que, ensalzar a Corea del Norte –o a Estados Unidos, o a Corea del
Sur, o a Israel, o a Irán, o a Siria, o a Turquía, o a Francia, o a Malí, o a
quien putas quieran que tenga un problema bélico actualmente – es una franca
estupidez. Como estúpidas son las guerras. Todas son iguales, todas buscan lo
mismo, por tanto todas son estúpidas.
Hasta la próxima semana.
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