domingo, 7 de julio de 2013

Escribir y leer, historia de unos verbos tan masacrados.

El último gran bibliocidio ocurrió en 1992, mientras los aviones serbios bombardeaban la capital bosnia, Sarajevo. La biblioteca nacional de dicha ciudad, que albergaba más de tres millones de publicaciones y cerca de seis mil libros de gran antigüedad e invaluable valor, quedó destruida, y se convirtió en una víctima cultural e histórica más del último gran genocidio europeo, la guerra de Bosnia.

La palabra escrita, que perdura a la levedad del tiempo, ha sido perseguida desde que el hombre notó su peligrosidad. ¡Cuántos hombres y mujeres han muerto por escribir, publicar o leer lo que las altas esferas de poder prohíben! Y aún peor, ¡Cuánto conocimiento, cuánta bella literatura ha quedado en el olvido por no ser del gusto oligárquico!

También existen los culpables ignorantes, aquellos a los que les da un comino si lo que dice un libro, y que lo destruyen por el afán de borrar de la faz de la tierra todo aquello que represente (o crean que represente) lo que ellos odian. Hablo puntualmente de la Biblioteca Nacional de Irak, que en 2003 fue afectada por la guerra y perdió el 60% de su acervo. Junto con el Buda de Bamiyán, la biblioteca se une al legado cultural del antiquísimo territorio iraquí destruido por la falta de consciencia histórica.  

Es así como desaparecieron bibliotecas míticas como la de Alejandría, que se convirtió en cenizas en el 48 A.C., o miles de libros fueron prohibidos por la Iglesia, desde títulos novelescos como el “Lazarillo de Tormes” hasta títulos más reaccionarios (en su momento) como el “Emilio” de Rousseau. Escribir y leer eran pecados capitales, y no fue sino hasta 1966 que El Vaticano dio por terminado su Index Librorum Prohibitorum.

Y hoy en día, cuando uno quisiera pensar que por fin la escritura y la lectura tendrán un descanso después de tan cruenta persecución, no queda más que observar la infame cantidad de periodistas asesinados, de escritores amenazados, de letras censuradas. En el México de los últimos diez años, han desaparecido diecisiete periodistas y muerto ochenta, como mínimo…

Pero, sin lugar a dudas, el mayor ataque contra el verbo leer (y por consiguiente contra el verbo escribir), al menos en México, es el de la ignorancia, el del analfabetismo escudado en una supuesta educación. La gente en este país tan lleno de ignorancia no lee ni en defensa propia.

El mexicano promedio lee 2.8 libros al año, lo que significa un número bajísimo comparado contra los promedios en otros países. Es más, de una lista de 108 países proporcionada por la Unesco, México ocupa el penúltimo lugar en lectura. Vaya honor.

No queda más que guardar luto por una libertad de expresión que jamás ha existido fuera de la utopía del papel (vaya ironía), y –ahora en la época digital –, salvaguardar el conocimiento plasmado en las letras. Hay muchas formas de masacrar un libro, muchas formas de asesinar al bello rincón de las letras. La peor de ellas es ignorándolo.

Hasta la próxima semana. 

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