Sucedió hace poco más de dos
meses, más de sesenta días en los que la historia ha vivido con un nuevo hueco
en el alma. Sólo puedo afirmar que lo que a continuación comentaré es falta de
conciencia histórica, falta de respeto, falta de cultura, falta de inteligencia.
Resulta que, quizás algunos
ya lo leyeron (y están de luto como yo desde el trece de mayo cuando salió la
noticia), una constructora que realizaba proyectos de excavación para poder
hacer una carretera en el vecino país de Belice, se pasó por el Arco del
Triunfo todas las normas históricas y arqueológicas que hay aquí y en China y,
campantemente, destruyó una pirámide. ¿Por qué? Porque le estorbaba. Pero qué
huevos.
Dos mil trescientos años de
historia destruidos por los tanates de algún jefe –seguramente no beliceño –
que decidió que le importaba poco la historia. Como comentó Jaime Awe, director
del Instituto de Arqueología de Belice, “Estas personas sabían que era una estructura antigua. Simplemente es una
insolencia".
Así la pirámide de Nohmul se
une a recientes destrucciones de construcciones históricas como la gigantesca
estatua de Buda, de 1500 años, que dinamitaron los talibanes en Bamiyán en
2001, o la destrucción de cincuenta y dos sitios arqueológicos en Chile entre
2009 y 2012 por la realización del Rally de Dakar en aquellas tierras
australes.
En México, hace ya casi
medio año, tuvimos una serie de vejaciones al patrimonio histórico de la
ciudad. Sí, estoy hablando de los acontecimientos del 1D. Por muy respetable
que sea salir a la calle a protestar contra las injusticias electorales de
nuestro país, es por lo menos aberrante ver todos los actos vandálicos que se
cometieron. Vidrios rotos, edificios históricos pintarrajeados, monumentos
(como el del santo patrón de México, Juárez) grafiteados. Y si fueron porros
pagados por el PRI o los del 132, me vale un comino, el punto es que lo
hicieron.
Si sumamos los breves
ejemplos anteriores a robos históricos, como el de los ingleses a prácticamente
medio mundo (digo, el Museo Británico no se llenó de pura historia inglesa),
tenemos que buena parte de la historia mundial tiene enormes parches debido a
nuestro fanatismo por destruir todo rastro de aquellos que nos precedieron.
Ya sea la nariz que la Esfinge
perdió hace tanto tiempo gracias a algún
insubordinado de Napoleón, o el David de Miguel Ángel que, manco de su brazo
original y con un restaurado dedo del pie, observa hastiado a tanto turista
impresionado con él, o las muchas
piedras prehispánicas que alguna vez fueran parte de algún templo indígena y
que ahora lucen enigmáticas y curiosas en iglesias y construcciones
novohispanas, hay pequeños pedazos de historia que debemos respetar y conocer y
ningún cabroncete que maneja una máquina excavadora tiene derecho a destruir.
Nadie tiene derecho a destruir la historia.
Lo mismo ocurrió hace cerca de un mes en Perú... Y seguirá ocurriendo mientras no nos interese cuidar lo que nuestros antepasados con tanto esmero trataron de construir...
Hasta la próxima semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario