domingo, 21 de julio de 2013

Históricas destrucciones a construcciones históricas.

Sucedió hace poco más de dos meses, más de sesenta días en los que la historia ha vivido con un nuevo hueco en el alma. Sólo puedo afirmar que lo que a continuación comentaré es falta de conciencia histórica, falta de respeto, falta de cultura, falta de inteligencia.

Resulta que, quizás algunos ya lo leyeron (y están de luto como yo desde el trece de mayo cuando salió la noticia), una constructora que realizaba proyectos de excavación para poder hacer una carretera en el vecino país de Belice, se pasó por el Arco del Triunfo todas las normas históricas y arqueológicas que hay aquí y en China y, campantemente, destruyó una pirámide. ¿Por qué? Porque le estorbaba. Pero qué huevos.

Dos mil trescientos años de historia destruidos por los tanates de algún jefe –seguramente no beliceño – que decidió que le importaba poco la historia. Como comentó Jaime Awe, director del Instituto de Arqueología de Belice, “Estas personas sabían que era una estructura antigua. Simplemente es una insolencia".

Así la pirámide de Nohmul se une a recientes destrucciones de construcciones históricas como la gigantesca estatua de Buda, de 1500 años, que dinamitaron los talibanes en Bamiyán en 2001, o la destrucción de cincuenta y dos sitios arqueológicos en Chile entre 2009 y 2012 por la realización del Rally de Dakar en aquellas tierras australes.

En México, hace ya casi medio año, tuvimos una serie de vejaciones al patrimonio histórico de la ciudad. Sí, estoy hablando de los acontecimientos del 1D. Por muy respetable que sea salir a la calle a protestar contra las injusticias electorales de nuestro país, es por lo menos aberrante ver todos los actos vandálicos que se cometieron. Vidrios rotos, edificios históricos pintarrajeados, monumentos (como el del santo patrón de México, Juárez) grafiteados. Y si fueron porros pagados por el PRI o los del 132, me vale un comino, el punto es que lo hicieron.

Si sumamos los breves ejemplos anteriores a robos históricos, como el de los ingleses a prácticamente medio mundo (digo, el Museo Británico no se llenó de pura historia inglesa), tenemos que buena parte de la historia mundial tiene enormes parches debido a nuestro fanatismo por destruir todo rastro de aquellos que nos precedieron.

Ya sea la nariz que la Esfinge perdió hace tanto tiempo  gracias a algún insubordinado de Napoleón, o el David de Miguel Ángel que, manco de su brazo original y con un restaurado dedo del pie, observa hastiado a tanto turista impresionado con él,  o las muchas piedras prehispánicas que alguna vez fueran parte de algún templo indígena y que ahora lucen enigmáticas y curiosas en iglesias y construcciones novohispanas, hay pequeños pedazos de historia que debemos respetar y conocer y ningún cabroncete que maneja una máquina excavadora tiene derecho a destruir. Nadie tiene derecho a destruir la historia.

Lo mismo ocurrió hace cerca de un mes en Perú... Y seguirá ocurriendo mientras no nos interese cuidar lo que nuestros antepasados con tanto esmero trataron de construir... 


Hasta la próxima semana. 

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