El
nombre de Uzbekistán no dice mucho en el continente americano. Sólo algunos
saben que es una de las naciones que surgieron tras la disolución de la antigua
Unión Soviética. Y sin embargo es de ahí, de esta tierra lejana y desconocida,
de donde salen unas historias macabras. Historias de esterilizaciones forzosas.
“En
Uzbekistán, todas las mujeres en edad reproductiva que hayan tenido dos hijos o
más son víctimas potenciales del programa [de esterilización llevado a cabo por
el gobierno de Islam Karimov]. Las mujeres de los bajos estratos sociales y de
las minorías étnicas son las principales afectadas”, escribe Natalia Antelava,
periodista que trabaja para la BBC y originaria de Georgia, en su introducción
al reportaje “Forced sterilization of
women in Uzbekistan”, publicado en octubre de este año.
El
año pasado Antelava ganó el premio Foreign Press, entre otros, por su reportaje
sobre este tema, que ha surgido a la luz en años recientes debido a las
historias que doctores, mujeres e incluso policías uzbekos han difundido.
Explica la periodista de la BBC que aquellos quienes han tenido el coraje de
hablar creen que el programa esterilizador fue creado por el presidente
Karimov, como un intento para controlar el índice de población de la antigua
nación soviética.
Cabe
mencionar que acorde a diversas organizaciones de derechos humanos, el
presidente Islam Karimov es uno de los más despóticos en la actualidad. Existen
reportes que gente practicante de la religión cristiana es multada por tener la
Biblia en su hogar, así como de periodistas, escritores y figuras de oposición
que son torturados y desaparecidos por el gobierno uzbeko, como asegura Steve
Swerdlow, investigador en Asia Central para Humans Right Watch.
Algo
similar le ocurrió a Antelava, quien fue deportada del país el año pasado, poco
antes de que la BBC sacara al aire su reportaje sobre la esterilización de
mujeres.
En
una de las historias que la periodista conoció, se explica la historia de “Shahida”,
una mujer que tenía dos hijos, y durante una revisión de rutina su ginecólogo
le recomendó hacerse una operación quirúrgica de esterilización voluntaria (VVS,
por sus siglas en inglés) y le mintió diciéndole que era reversible. Ella
aceptó. Meses después sus dos hijos murieron en un accidente automovilístico,
su matrimonio terminó, ella se casó de nuevo y pidió que se le deshiciera la
operación para formar una nueva familia, y como esto fue imposible, su nuevo
esposo la dejó. Ella se suicidó poco después.
Otro
caso es el de una mujer de la población de Oltinkul. Ella fue esterilizada sin
su previo consentimiento, tras dar a luz a su tercer hijo. Relató que tras las
labores de parto ella quedó inconsciente y mientras despertaba, los médicos le
esterilizaron. “¿Por qué me dejaron inválida?”, pregunta, “yo quería tener más
hijos”, comentó a la periodista georgiana.
Éstas
son sólo dos historias de las muchas que abundan no sólo en el territorio
uzbeko, sino probablemente en el mundo entero. El control de población no es
una mala idea, sin embargo, que se haga sin el consentimiento de las mujeres u
hombres es un acto cruel y criminal. El trabajo de Antelava merece todo el reconocimiento,
y sin embargo se habría de investigar más en el resto del mundo, buscar casos
similares.